El celtismo se mostró remolón ayer para ocupar sus asientos en Balaídos, que en el momento que ambos equipos iniciaban el calentamiento apenas superaba los mil aficionados en las gradas. La gran mayoría apuraba los minutos finales del Mundial de Baloncesto. En un domingo de playa, las cuatro de la tarde también invitan a saborear la comida o a retrasar la despedida de una reunión familiar o de amistad. Pero cuando algunos aficionados apenas se habían sentado ayer para disfrutar de una tarde de fútbol, el VAR ya había sacado sus colmillos para arrebatarle la pasión al deporte rey. Insaciable, el videoarbitraje se cobró una nueva víctima cuando los asistentes daban por bueno un duelo de diez contra once. Con nueve, invitaba a la claudicación. Entonces, el celtismo se armó de imaginación y alegría. Nadie ni nada podían estropear una bonita tarde y salió a relucir de nuevo la inquebrantable alianza céltica, la que mantiene unido al equipo y a la afición desde aquel 0-2 en contra en el descanso del partido ante el Villarreal.

Tomándose el arbitraje en broma, Balaídos comenzó a reclamar tarjetas rojas contra sus jugadores por muy leve que fuese la infracción cometida. Rieron a carcajadas los fallos en los remates de un rival que parecía multiplicar en número a los célticos, agazapados en su campo y a la espera de encontrar un contraataque imposible para seguir manteniendo vivo lo que había matado el VAR.

Soldado, al que recuerdan en Vigo por haber lesionado al Chelo Díaz, volvió a salir vencedor, pero se llevó la ira de los aficionados, que no pararon de cantar y animar a su equipo. Y cuando el Granada dejó de atacar y la pelota la controlaron los célticos, Balaídos se entregó a uno de sus cánticos favoritos: "Fútbol de salón, fútbol de salón". Daban por perdida la batalla, pero seguían fieles a su equipo para ganar una guerra que este año levanta mayor ilusión por la presencia de tantos canteranos. Seis en el once inicial de ayer (Rubén Blanco, Hugo Mallo, Brais Méndez, Denis Suárez, Iago Aspas y Santi Mina).

Ante la adversidad por las decisiones promovidas por el VAR, el celtismo perdonó fallos y vitoreó los aciertos, pero sobre todo celebró el compromiso que todos los futbolistas del Celta mostraron tras las dos expulsiones.

La bronca más dura quedó reservada para el árbitro y sus auxiliares, a los que el tránsito desde el campo hasta el túnel de los vestuario se convirtió en un suplicio ante la gran cantidad de aficionados que querían mostrarle algo más que su enfado por una actuación que arruinó un partido.