En los tiempos pretéritos del fútbol siguieron apareciendo los aprendices a "brujos" más adelantados, como aquel preparador físico Villalonga, que entrenó al Real Madrid y conquistó una Copa de Europa con la selección española. Tal vez fue el primero de los hombres que, al igual que Clifton Webb en el "Hombre que nunca existió", como entrenador se camufló para hacer comprender que para serlo de fútbol no se tenía por qué haber sido con, anterioridad, buen o mal jugador. Porque Villalonga, aunque esgrimía el título de entrenador, no lo era. Di Stéefano era el verdadero entrenador que, en vez de sentarse en el banquillo, ordenaba e imponía su juego desde el campo. Después, cuando el gran Alfredo se enfrentó con Bernabéu, se acomodó como entrenador de su Real Madrid y llegó a disputar cinco finales de los distintos campeonatos de fútbol de España. De lo que hoy son muy pocos los aficionados que se acuerdan de los logros, de su paso como entrenador del Real Madrid, e incluso del Valencia, donde ganó uno de esos campeonatos.

Fue uno de los hombres que nunca han existido como entrenador, si lo comparamos al jugador que fue, al igual que Santamaría y el siempre bien ponderado y valorado Miguel Muñoz. Igual que en la película, cuando se necesitó engañar al contrario, se les hizo creer que quien mandaba como entrenador era el titulado Miguel Muñoz, cuando realmente no existía como tal, ya que allí quienes tenían el mando eran Santiago Bernabéu y Alfredo Di Stéfano. Lo que pude comprobar, por mí mismo, en una cena de campeones a la que nos había invitado el Real Madrid en el "Hotel Palas".

Algo parecido le aconteció a Kubala, que revestido de toda autoridad como entrenador del Barcelona y como seleccionador nacional, su trayectoria como entrenador no se puede comparar a la de jugador. En Barcelona, su cuñado Fernando Daucik, el de las cinco copas latinas, era el mejor. Había armado un equipo con un fútbol de primera plana, mucho antes que el del Real Madrid de la Copa de Europa, con una delantera que aún se recuerda hoy: Basora, Kubala, César, Moreno y Manchón. Los dos Gonzalo en la media, y Velasco como portero.

Johan Cruyff, uno de los grandes jugadores de fútbol, pudo ser uno de los más grandes entrenadores, si creyese más en la importancia que tiene un buen portero para un equipo. Fue al único entrenador que vi conquistar un título de Liga con uno de los porteros más malos que he conocido, y al que aquel seleccionador nacional vasco: Javier Clemente, hizo más veces internacional que el mismísimo Ricardo Zamora. Luego, Cruyff quiso repetir la hazaña con un guardameta aún peor, lo que no pudo ser. Que, además, le sacó seriedad y credibilidad como entrenador.

Entonces se produce un bajón de calidad en los entrenadores, cogiendo el mando los más mediocres, de los cuales conocí a muchos cuando yo era jugador como ellos, lo que puede influir negativamente en mi análisis. En el que se resalta a entrenadores como Simeone, que se dejó arrebatar una de las más importantes finales que se juegan en fútbol, contra el Real Madrid. Cuando tenía todo en sus manos para evitar tan importante derrota, a solo un minuto escaso para finalizar el partido. A partir de aquí, su estancamiento y evolución como entrenador ha sido total. Otro de los más grandes, creo que no me equivoco en mi apreciación, fue el gran Luis Aragonés. Que siguiendo la pauta de los verdaderos entrenadores, de los pocos que verdaderamente lo son, se convirtió en uno de los mejores de ellos. Aun teniendo que sufrir la incomprensión y la ignorancia de aquellos que pretenden colocarlo todo a su gusto y manera. Lo que le llevó a dimitir por un corto tiempo, en el que encontró la solución a todos sus problemas para hacer a la selección española nuevamente campeona de Europa, y marcarle el camino para ser la mejor del mundo.

En su "retiro" vio la "luz" de que España, con ocho jugadores del Club Barcelona, no podía jugar de otra forma que como lo hacía el Barcelona de Guardiola. Lo que Del Bosque supo seguir aplicando, hasta conseguir el más alto puesto que una selección mundial de fútbolp ueda conquistar. Después, cuando el condecorado conde o duque tuvo que evolucionar por su cuenta, perdió la brújula y no supo, tal vez por presión, ver cómo se rompía todo lo hecho y conquistado por la inclusión de un jugador que estaba años luz de encajar en un equipo como era aquel, que había dejado Luis, de la sSelección española.