¡Bochorno! Esa es la palabra con la que calificar el partido jugado entre el Atlético Madrid y el Celta en el Wanda Metropolitano en la recta final de esta temporada, que estamos analizando. Pues un bochorno era ver jugar a todo un subcampeón de la Liga española, con un juego como practican los jugadores en los entrenamientos, cuando se divierten entre ellos. Ese juego bochornoso, con el cual se intenta hacer el ridículo al contrario, haciéndoles túneles, regates por delante y por atrás, llenos todos ellos con la marca de ridiculizar al jugador, que se enfrenta en el regate y se lleva, como una "marioneta", un poquito por aquí, ahora, otro poco por allá, y damos una vuelta para volver a empezar. Y ante todo esto, los jugadores del Celta no reaccionaban, ni se les hacía reaccionar. Seguramente, al igual que su entrenador, estaban esperando el milagro del Villarreal, Huesca y de la Real Sociedad, y el que se justificó el no haberse cumplido gracias al guardameta Oblak, que no impidió nada que fuese de otro mundo. Porque lo que dicen todos que fue un milagro solo fue, de primera, un gesto, ni siquiera un reflejo. Un gesto instantáneo como el que se hace cuando uno quiere espantar una avispa, que ronda el rostro para picarle. El rebote salió directo hacia un delantero celeste que, en mala posición, intentó un inocente remate al rostro, libre de picadura y balonazo, del que se libró nuevamente Oblak de un manotazo, y levantando los pies del suelo de forma espectacular. Un bochorno que todos consideraron un milagro, incluidos ambos entrenadores, aunque a Simeone lo disculpo porque el animar psicológicamente a su guardameta es su trabajo. En cambio, otra cosa muy distinta sería si el incómodo e inocente remate del delantero céltico fuese simple y ligeramente enviado a un lado del guardameta, como sería un remate, de estas características, que llevaban a cabo, con más fuerza y precisión, un Martín del Barcelona, Pahiño e incluso nuestro Hermidita, sin contar con Kubala y otros grandes y menos grandes de nuestro fútbol.

Por otra parte, la única parada que hizo de gran mérito el portero colchonero fue aquel tiro rasgado cruzado, al palo largo, que Oblack envió, como lo tiene que hacer un buen portero, a córner. Después€ bochorno tras bochorno, tanto que, llevado por mi desconfianza y "saber" de años en fútbol, en distintas fases del encuentro, pensé que el partido estaba "tangado" con un empate. Sobre todo a estas alturas de la Liga. Como aquel que estaba apalabrado por un hijo adoptivo de aquella ciudad, en la que el equipo en el que militaba, en aquel partido yo no jugué, se adelantó en el marcador. Los locales quisieron y buscaron el empate con gran ahínco, pero no pudieron lograrlo gracias a los rebotes y magníficas intervenciones del portero que me sustituía en mi equipo, aquel día titular. Lo que nos salvó del descenso a pesar de que el Barcelona había perdido en su campo,2-4, contra un modesto, que fue el que descendió.

Pero cuando vi salir al jugador que aclama la prensa madrileña, uno más, me di cuenta que el "tango" no era bailado y que aquel juego bochornoso que nos estaba mostrando todo un subcampeón de Liga, con un entrenador argentino, venido a menos, era lo único bueno que podía mostrar. Y con la salida de Morata el bochorno no solo se consumó, sino que también dejó claro que Rubén Blanco no pretende aprender de los que saben. Por eso hoy le voy a indicar, por última vez, cómo evitar un gol "cagado" y "enroscado" con barrera, y que, por mucho que él quiera y le enseñen, los que no saben de porteros, nunca sabrá jugar como quiere y le dicen los "fala moitos", a lo Yashin.

Antes quiero recordar que certifico lo anterior dicho del entrenador céltico, que es un hombre "acomodado" a ver lo que pasa, pues él se cree libre de toda la culpa de que Mohamed y Cardoso llevasen al Celta a esta delicada situación. Ya que piensa que lo del Villarreal, Huesca y Real Sociedad no fueron ningún milagro, sino por su presencia en el banquillo celeste, los que yo atribuyo al Cristo de la Victoria, como el último que le hizo con el empate del Valladolid, al que hizo seguir estando a los pies de los caballos del Girona, Villareal y Levante, sin que nos olvidemos del Rayo Vallecano e incluso, un poco más lejos, del Huesca. Certifico por completo que el banquillo del Celta le viene a Escribá demasiado grande y que solo un milagro lo salvará de que los "ciegos" vean la luz de la incapacidad del adiestrador, que espera o tiene la esperanza de seguir en el cargo, ocurra o no el milagro. Los partidos contra el Real Madrid, al que solo le faltaba la banda roja en las camisetas para ser el Rayo Vallecano, y contra el Atlético Madrid, que se mofó bailando un chotis, en vez de jugar un partido de fútbol, eran según sus propias palabras partidos que había que dar por perdidos.

Por lo que, relajados de la responsabilidad, se iban a jugar los últimos 45 minutos del bochornoso encuentro, con la esperanza de escuchar el sonido de la "Flauta mágica". Y todo lo que aquí escribo, lo certifico pidiéndoles que lean y analicen el extraordinario artículo de Armando Álvarez en el Faro de Vigo del domingo 14 de abril, que lleva por título: "El reo decoroso", que no tiene desperdicio.