Veinte años antes, aproximadamente, de que pasara "fugazmente" por España Mr. Marshall, ya lo había hecho Mr. Cowan. También llegaba a repartir las riquezas futbolísticas, que se creían eran muchas, del fútbol británico para el Celta. Luego, al igual que en la película del inolvidable Berlanga, no fueron tantas, sino una fugaz ilusión; todos soñaban, ahora sí, con un Celta campeón de la Copa de España. Pero si con el fugaz paso de Mr. Marshall la empobrecida España de la posguerra solo tuvo una ilusión, el Celta de Mr. Cowan aún hoy la sigue teniendo.

En el comienzo de la temporada 1926-27 el Celta pasa por una delicada situación a nivel de directiva, que se resuelve con la clásica asamblea de socios. Con pocas novedades en la plantilla y con el cambio de la junta, se decide contratar al entrenador escocés. Pero el equipo aún seguirá bajo las órdenes de Andrés Balsa. Mister Cowan no llegará hasta la temporada siguiente.

La pretemporada comienza con un viaje a Canarias que resulta nefasto para Lilo al fracturarse un brazo durante un amistoso. Después llega el Campeonato de Galicia, el cuarto para el Real Club Celta y del que era indiscutible tricampeón. Intervenían también el Unión Sporting de Vigo, el Racing de Ferrol, el Eiriña de Pontevedra y el Deportivo de La Coruña. La lucha entre el Celta y el Deportivo resultará muy reñida.

El 6 de febrero de 1927 se juega el partido decisivo del campeonato. Tiene lugar en Riazor, que nunca había registrado una entrada como aquella. El día era soleado y aficionados de todas partes de Galicia se habían dado cita en la ciudad herculina. Enrique Macías, a sus 14 años, y su hermano, de 17, habían conseguido el permiso de sus padres para desplazarse a La Coruña en uno de aquellos pesados y lentos autobuses. Viaje interminable que comenzaba a las siete de la mañana en Vigo para terminar a las dos de la tarde frente al mismo campo de Riazor, después de siete horas y tras las consabidas paradas en Pontevedra, Santiago y Ordes.

Apretujados entre los muchos aficionados con los que se había llenado aquella grada lateral del campo, que parecía que se iba a hundir de un momento a otro, Enrique y su hermano vieron saltar al Celta al duro y casi pelado terreno de juego de Riazor, entre un enorme abucheo que los aplausos de los muchos vigueses no fueron capaces de ahogar. El Celta se presentaba con Lilo, ya recuperado; Cabezo, Pasarín; Barril, Cárdenas, Hermida; Reigosa, Chicha, Rogelio, Polo y Pinilla. Enrique, al verlo, se sintió orgulloso de aquellos jugadores que eran los campeones de Galicia y que lo seguirían siendo después de este transcendental partido, ya que estaba completamente seguro de la victoria del Celta.

Mientras los jugadores vigueses posaban anárquicamente para la foto del recuerdo, sonaron atronadores aplausos con los que los aficionados coruñeses acogieron a sus jugadores, que formaron así: Isidro; Otero, Rey; Viar, Redondela, Fariña; Guillermo, Vazquez, Ramón González, Chacho y Alonso. Enrique, al ver a los jugadores rivales de su equipo, con tono cohibido, como si temiera ser oído por alguno de aquellos aficionados, le hizo ver a su hermano: - No juega "Santi di barro"-, en referencia a Chiarroni, otro de los "desertores".

- No-, le respondió escuetamente el hermano con cierto nerviosismo en la voz, como queriendo evitar complicaciones.

El partido comienza con fuerte presión de los deportivistas y a los cuatro minutos de juego se pita un "fault" sobre el portal de Lilo, que Pasarín, confiado en exceso, no acierta a despejar. Es el guardameta céltico quien se hace con el balón, pero ante la impetuosa entrada de Ramón González y de Chacho, pierde el control de la pelota, que Ramón González y Chacho introducen en la red al alimón.

Cinco minutos más tarde se produce una internada del extremo Pinilla, que se escapa de Villar y de Otero para centrar por bajo a Rogelio quien, cerca de la portería, remata sobre la marcha y de fuerte disparo bate a Isidro. Con este gol vuelve la tranquilidad y la esperanza en el triunfo de Enrique y de toda la hinchada céltica, que festejan con gran entusiasmo el empate. Pero el marcador, poco antes de terminar la primera parte, se vuelve a desnivelar al rematar Vázquez magníficamente un "corner" ejecutado por Guillermo. Después de este gol, la segunda parte del encuentro sería un toma y daca de ambos equipos en busca del gol, pero sin más novedades.

Como subcampeón que era ahora de Galicia, el Celta tenía que jugar una liguilla que estaba formada por todos los subcampeones de España. Esta liguilla de subcampeones fue un paseo militar para el Celta, en la que dejó clara su superioridad al ganar los seis partidos disputados. Pero eso no borró la afrenta que había representado para los aficionados la pérdida del cetro de campeones de Galicia a favor del Deportivo. En la Copa de España el equipo se mediría al Guecho, con un tercer partido de desempate y derrota en el Metropolitano a pesar del magnífico juego desarrollado. El fallo en un penalti lanzado por Chicha pesó demasiado.

Al igual que el pueblo judío piensa que la llegada del Mesías está por suceder, nosotros también mantenemos viva la esperanza de un Celta fuerte y poderoso en el fútbol europeo. Nos cuesta aceptar que la realidad es superior a la ficción. Hagamos pues como hizo el inolvidable Manuel de Castro "Handicap" aquel 31 de julio de 1927 cuando llegó a Vigo el nuevo míster céltico, W.H. Cowan, a bordo del buque "Andes", y démosle la bienvenida al sustituto del forzudo Andrés Balsa. De este nuevo míster, según el brillante periodista, poco hay que decir, dado lo brillante que era su hoja de servicios. Un exjugador de indiscutibles méritos, que ha entrenado al Hibernian, con el que alcanzó un gran esplendor. Jugadores y afición deben mirarlo como un maestro.

Mr. Cowan había sido jugador de los equipos Hibernian y South Sound Sarlington durante once años. Al finalizar su etapa como jugador entrenó al Hibernians y fue ayudante de Mr. Chas During como profesor de atletismo en el Saint Mirren. Últimamente había entrenado a varios equipos noruegos, a uno de los cuales había llevado a la final del campeonato. Los informes todos eran coincidentes en que se trataba de un excelente entrenador.

Con la llegada de Mr.Cowan no solo se trajo a un entrenador que fumaba en vistosa y pulcra cachimba, sino que, como ocurre en todos estos casos, también trajo la discusión de la valía de cada uno.

- Con este entrenador este año seremos campeones de España-, le decía un animado Enrique Macías a su primo Pepín, una vez terminó de leer el artículo de "Handicap" en Faro de Vigo.

- Hombre, Balsa no era tan mal entrenador. Hizo campeón de Galicia al Vigo y al Celta-, le recordó Pepín, que atendía el mostrador de la tienda de material eléctrico que tenía el padre de Enrique.

- No digas que Balsa era un buen entrenador. Todavía recuerdo cuando os hacía lanzar de banda aquel pesado balón lleno de piedras.

Al oír esto de Enrique, su primo Pepín rio con ganas al tiempo que le decía: - No era un balón lleno de piedras. Era un balón medicinal, de cuero, que estaba lleno de arena para que pesara más que el balón de fútbol de verdad y así coger fuerza para lanzarlo, en los saques de banda, sobre la portería contraria.

- También hacía entrenar a Balbino con una zapatilla en un pie y con una bota en el otro para que se acostumbrara a jugar con las dos piernas-, insistió Enrique.

- Eso no estaba nada mal-, intervino el hermano de Enrique, mientras enrollaba unos buenos metros de cable, muy cerca del hermano y de Pepín.

- Y qué, si Balbino siguió teniendo de "palo" su pierna mala-, siguió Enrique sin dar su brazo a torcer, ante la mirada de su padre que, sentado ante su mesa sobre la cual manejaba los libros del negocio, parecía ajeno a la pequeña discusión de fútbol que mantenían sus dos hijos con Pepín.

- ¡Tú qué sabes!-, le increpaba el hermano, recordándole: - también dices que Blasco es mejor que Zamora y nadie opina igual que tú.

- Pero en lo de Balsa hay muchos que opinan igual que yo: que es un entrenador que no sabe nada de fútbol y que solo sabe entrenar a lo bestia-, se defendía Enrique. Insistiendo ante Pepín: -¿O tampoco recuerdas cuando todos os escapabais para ir a esconderos detrás del aserradero, para que no os diera masaje?

- Eso sí- aceptó Pepín, para añadir -Los masajes que daba eran más para caballos que para jugadores de fútbol.

Ante esta afirmación, el padre de Enrique se volvió de cara la estantería, donde lucía con orgullo la enciclopedia completa del Espasa, para sonreír abiertamente sin que lo vieran sus dos hijos.