La tortura llega a su fin y en Balaídos se escuchan gritos de alegría que realmente son de liberación y desahogo. Meses después de enfangarse en la agónica pelea por la supervivencia que en muchos momentos pareció perdida, el Celta siente que ya hay suelo firme bajo sus pies. La victoria sobre el Barcelona despeja su camino pendiente de los resultados del domingo que pueden hacer aún más grande el triunfo y otorgar a los de Escribá un colosal margen de seguridad de cara a las dos fechas que restan para que llegue ese final de temporada por el que ahora mismo suspiran en Vigo. Por primera vez en mucho tiempo la calculadora ya juega de su lado y los malos augurios, compañeros de viaje durante tanto tiempo, comienzan a buscar otras plazas a las que condenar.

Ganó el Celta a la versión "rebajada" del Barcelona que dejó en casa a la mayoría de sus titulares y lanzó a Balaídos un equipo lleno de jóvenes meritorios que por momentos generaron algún dolor de cabeza a un equipo, el vigués, que jugó demasiado tiempo con el miedo aferrado a su cuerpo. Cuando se soltó en el segundo tiempo y aparcó la innecesaria timidez se llevaron el partido gracias a los goles de Maxi Gómez y de Aspas, la pareja de delanteros más rentable que hay en el mundo del fútbol fuera de las grandes franquicias. Pero antes de que llegase la felicidad y el baile de la victoria, el Celta padeció más de lo aconsejable, de lo necesario incluso. Es verdad que no concedió ocasiones, pero nunca es buen negocio tener al Barcelona merodeando el área propia. Sucedió más tiempo del recomendable en el primer tiempo por culpa de una media hora difícil de interpretar. Daba igual que no estuviesen delante Messi, Suárez o Piqué. El Celta, atrapado por la responsabilidad del trance, solo veía camisetas azulgranas sin reparar en los muñecos que iban dentro de ellas. Pareció por momentos un plan establecido por Escribá, dormir el partido, mostrarse seguro en defensa e imprimir velocidad a los ataques para herir a una línea en la que coincidían Tobido, Vermealen y Umtiti. Pero nada más lejos de su intención. El Celta reculó por pura precaución, un acto reflejo ante un momento de evidente duda. Así se sentían más seguros los futbolistas vigueses que dejaron manejar el partido a Riki Puig -un chico con una pinta magnífica que por momentos hizo un guiñapo de Lobotka- y se hicieron fuertes cerca de Rubén Blanco. Le costó cambiar la dinámica porque su timorata salida permitió a los chavales de Valverde disfrutar del tiempo suficiente para ganar confianza. Un pecado capital que sin embargo no tuvo coste para un Celta que en el tramo final del primer tiempo disfrutó al fin de sus primeras ocasiones a los pies de Maxi Gómez, que ganaba todas las peleas con los centrales azulgrana pero luego las perdía contra la portería. Ceder la iniciativa tuvo además el problema de desaprovechar a futbolistas como Aspas, Boufal -al que le costó entrar en el partido- y Boudebouz, algo más activa, pero con esa sensación permanente de que juega solo cuando le apetece.

LaLiga Santander: Los goles del Celta de Vigo - Barcelona (2-0)

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Felizmente para el Celta la situación cambió en el arranque del segundo tiempo. Bastó con subir cinco metros la defensa y con pedir al medio del campo que apretasen un poco más. Era suficiente. Con el balón en el campo del Barcelona las cosas caerían por su propio peso porque el Celta tenía mejores jugadores en el campo que su rival. El problema es que les costó entenderlo. El primer aviso llegó con el gol de Araújo que el VAR anuló por fuera de juego y que por un momento hizo que los pájaros de mal agüero sobrevolasen Balaídos dando preocupantes graznidos. Pero el Celta ya había cambiado el sentido del partido. Boufal entró en escena para amargar la tarde de Wagué y de Todibo; Aspas empezó a aparecer por lugares donde nadie le espera; Boudebouz encontraba línea de pase y Maxi hizo valer su instinto. El uruguayo abrió el partido tras recibir un buen envío de Boudebouz que él mejoró con un remate ajustado y complicado. Una acción que acredita sus condiciones en el área porque solo tres minutos antes había desperdiciado un claro cabezazo ante Cillessen. Pero los animales de área son así. No tardan en rehabilitarse.

Con el marcador a favor el Celta jugueteó con el tiempo convencido de que el Barcelona no tenía armas suficientes para inquietarle. A esa convicción llega gracias a la evidente mejoría defensiva que el equipo ha experimentado. Cabral, Araújo y Olaza han cambiado la cara de un equipo al que ya no le tiemblan las piernas cuando ve el balón volar en dirección a su área. Y con ese refuerzo tanto moral como futbolístico le permitió al Celta atacar con convicción en busca de la sentencia. Llegó gracias al VAR que avisó a Sánchez Martínez de un manotazo de Umtiti al balón dentro del área. Iago Aspas, con la firmeza que impone su personalidad, ajustició a Cillessen y puso el partido a buen recaudo. Por primera vez en mucho tiempo el Celta dejó de nadar y sintió que al fin podía hacer pie. Y nunca pensó que eso podía hacerle tan feliz.

Balaídos es una fiesta antes del choque contra el Barça

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