Sofiane Boufal es el retrato de la temporada del Celta. Lo que pudo ser y no fue. Por muchas razones y Mohameds que ahora mismo no vienen al caso. El marroquí se ha tirado meses haciendo lo que no debía, equivocándose, desesperando a la grada, desperdiciando su talento. Exactamente lo mismo que su equipo. Pero ha visto la luz justo cuando la temporada entra en esa fase en la que conviene revisar el estado de los desfribiladores. Dos acciones suyas condujeron al mejor Celta que se ha visto en 2019 a una trascendental victoria que saca a los vigueses de la zona de descenso y enfanga aún más a un Girona que en Vigo ofreció síntomas inquietantes, propios de un equipo que ve subir a toda velocidad la marea mientras sus pies se hunden en la arena.

Hoy la gloria corresponde sobre todo para Boufal, uno de los grandes beneficiados del empujón que en todos los sentidos ha producido el regreso de Iago Aspas. La amenaza que supone el moañés libera a sus compañeros, les regala metros y situaciones que hace unos meses no disfrutaban. Boufal se ha pasado demasiado tiempo estrellándose contra la muralla defensiva que le esperaba a la vuelta del tercer regate y su terquedad le llevaba a insistir en la búsqueda de jugadas que solo están al alcance de Messi. Ayer un notable Celta consiguió dejarle mano a mano contra su lateral y él solo se encargó de ganar el partido. Por fin sus piernas ejecutaron de forma perfecta lo que su cabeza había imaginado. Una asistencia a Aspas y un golazo -con un disparo que pareció un ejercicio de geometría- desnivelaron un partido trascendental que permite a los vigueses dar un brinco en la clasificación y hundir un poco más en el agujero a un rival directo como el Girona. Toda la luz que parece iluminar ahora mismo al Celta se convierte en oscuridad para los catalanes.

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Sábado de resurección en Balaídos tras la vuelta de Aspas

Porque el partido sirvió también para comprobar el diferente espíritu con el que ambos equipos enfilan las angustiosas cuatro semanas que van a repartir los billetes hacia la caverna de la Segunda División. Hoy el Celta es un equipo nuevo, aunque consciente de que le esperan días tortuosos. La gran diferencia es cómo se enfrenta a ellos. Aspas y seguramente ese discurso mesurado y razonable de Fran Escribá han mudado la cara de un equipo que ha ido encontrando soluciones para muchos de sus males. Aspas ha sido el cerrajero que ha liberado muchas de sus ataduras, pero hay muchas más explicaciones. La consolidación de Rubén bajo palos; el carácter que ha ganado la defensa con Cabral y Olaza; la mejoría de Lobotka; la omnipresencia de Okay o la variedad de registros de Boudebouz han disparado las opciones de salvación de un Celta que en apenas un par de semanas ha dado un vuelco completo a su situación.

Esa mejoría la escenificaron los vigueses en el inmaculado primer tiempo que jugaron. Con sentido y personalidad los de Escribá se apoderaron de la pelota de manera insultante y, a diferencia de otras tardes, encontraron multitud de caminos para llegar al área de Bono. Pocas veces un plan puede salir más redondo. El Girona, timorato, proclamó su inferioridad desde el comienzo y se agazapó como pudo. Daba igual. El Celta, paciente y relajado, siempre encontraba la manera de conectar con Boudebouz o con Aspas. Era cuestión de tiempo que empezasen a llegar las ocasiones. Primero fueron Boufal y Boudebouz con lanzamientos lejanos que obligaron al portero; luego Aspas en un tímido disparo y más tarde Maxi en un cabezazo que incomprensiblemente se marchó desviado. El Celta lanzaba oleadas con todo lo que tenía mientras Okay se encargaba de alimentar la caldera y de barrer todo el medio del campo para que Eusebio no encontrase las transiciones rápidas que seguramente dibujó en la pizarra de su vestuario.

El gol se olía. Lo encontró el Celta en una jugada conducida por Aspas y Boufal se vio mano a mano con Pedro Porro -esas situaciones que han escaseado durante la temporada pero que la fluidez actual del Celta han hecho brotar al fin-. El marroquí desarboló al defensa y cedió atrás para que Aspas, en carrera, alojase el balón junto al palo izquierdo de Bono. La avería para el Girona pudo ser peor porque hasta el descanso el Celta sintió el dolor y el desconcierto en el rostro del rival y se fue a por la sentencia. Llegaron con insistencia, con tres cuartas partes del equipo implicado en la producción ofensiva, pero escasa puntería.

El Celta no tardaría en echar de menos mayor contundencia. En la primera jugada del segundo tiempo el duelo dio un importante vuelco en medio de la única acción que los vigueses defendieron de forma deficiente. Okay salió para ser atendido y eso abrió al Girona un camino que no existía hasta ese momento. El buen movimiento de Stuani y la definición de Portu se impusieron a la acción de los centrales. Para entonces Eusebio había recuperado el sistema con tres centrales para poblar el medio del campo y romper el tráfico que el Celta había generado en dirección a sus hombres de ataque. Esa decisión atascó un poco más el partido y durante diez minutos los de Escribá trasladaron una sensación de cierto descontrol. En otro tiempo ese tramo hubiese sido demoledor con el Celta, pero esta vez tenía un importante colchón en Okay. Sobre sus espaldas soportaron los vigueses los malos momentos y esperaron su oportunidad. Otra vez salió de una apertura de Iago Aspas que encontró a Boufal con metros para encarar a la defensa. Esta vez el marroquí no tiró de su repertorio habitual de regates. Se perfiló y, como si fuese un deliniante, colocó el balón con enorme precisión junto al palo izquierdo de Bono. Voló el portero en busca de un imposible.

Con ventaja en el marcador el Celta volvió a disponer de situaciones para zanjar el trámite. Boudebouz y Jozabed mientras el partido y el calor del mediodía iban exprimiendo a los jugadores. Escribá, tras comprobar que el equipo había desperdiciado la ocasión de evitar el apretón final, protegió al equipo con la entrada de Hjulsager, Jozabed y Costas en lugar de su gente de más talento. Era la hora de resistir. El Girona, por pura inercia, puso cuatro o cinco centros en busca de sus torres que el Celta defendió con el ímpetu de quien sabe que su vida depende de ello. Su última ocasión, con Balaídos al borde del colapso, la cerró Cabral para que Balaídos gritase de nuevo su felicidad.

Cielo azul y rojo en Balaídos antes del Celta - Girona

Cielo azul y rojo en Balaídos antes del Celta - Girona