El gran pecado del Celta fue su tibieza. Se comportó en el Wanda Metropolitano como el condenado que sube las escaleras del patíbulo resignado a su suerte, decoroso, sin ira ni llanto que desluzcan la ejecución e incomoden al espectador. O como el crío al que se deja en una esquina de la sala tal que un objeto decorativo; se pasará toda la tarde manoseando un objeto sin reclamar atención, ni adorable ni repelente, respirando por pura inercia. Al Celta de ayer no se le pueden sacar grandes virtudes ni grandes defectos. Estuvo más vivo en el marcador y la apariencia que en la sustancia. Le faltó alma, ímpetu, intención. Cumplió la visita como una engorrosa transición hacia el partido contra el Girona y la vez, ya concluido el choque, se queda con la inquietante sensación de que puntuar habría estado a su alcance ante un Atlético que ya ha amortizado la temporada. Una ocasión perdida, en suma; más de lo que parece.

aspas como obsesión

Iago Aspas tiene la clavija del juego, el gol y el espíritu. La plantilla habrá rumiado su ausencia durante la semana como una derrota anticipada. De nada habrán valido las arengas del técnico o los consejos del psicólogo. El Celta es ahora mismo un conjunto emocionalmente inmaduro. Se detectó esa falta de fe en el desmadejado inicio. Depender tanto de un jugador excede lo racional. Se ha generado una especie de obsesión que se retroalimenta en sus propias estadísticas. Aspas envalentona y acobarda por encima de su propia corteza humana. Se ha convertido en la leyenda que hemos escrito de él.

extraña alineación

Escribá, aunque práctico, se atiene a su libreto del 4-4-2. Cierto que tampoco Mohamed y Cardoso entendieron posible una medular que reuniese a Okay, Lobotka y Beltrán; más capaz en la enumeración de sus características de pelearle la medular al Atlético. Escribá tampoco incluyó a Jozabed, a diferencia de lo que eligió contra la Real Sociedad. Le salió un conjunto ordenado solo en apariencia, apretado contra su frontal, euclidiano en su concepción. Tan aseado en sus líneas como rígido en sus ayudas, mal basculado, sin cegar los espacios interiores. El Atlético, al aproximarse, descubría los poros de lo que parecía sólido.

jugadores sin sangre

El problema, lógicamente, no es de dibujo o táctica. Cualquiera es susceptible de funcionar. Se falla en la ejecución y en este caso por la identidad de los intérpretes. En el Celta abundan los jugadores pintureros, que lucirían con viento a favor, pero que con viento en contra se convierten en un manojo de amagos, adornos y promesas. Emre Mor, Boudebouz y después Pione Sisto nunca le justificaron la decisión a su técnico. Al menos Boufal acertó y falló en lo que de él se espera: la acometida constante contra sus marcadores. Los otros traicionaron incluso sus excesos. Emre Mor nunca arrancó. Boudebouz estuvo torpón.Pione Sisto deambuló a lo ancho evitando las meteduras de pata. Lo peor que se les puede reprochar es que jugaron mal no siendo ellos mismos, que es la traición más dolorosa que uno puede cometer.

esa pausa añorada

Obviamente no se le puede pedir al Celta que rompa a jugar bien en la jornada 32, con la permanenciaen riesgo. Esa tensión impide concretar combinaciones sencillas. La presión te roba esa décima de pausa que diferencia el pase medido del balón que te sacudes con agobio. A los celestes les faltó ese punto exacto de temple en las fases de mayor dominio de la segunda mitad. Difrutaron de superioridad numérica en la banda derecha, con las caídas de Boudebouz por esa zona, y no lo rentabilizaron de la forma adecuada.

poca emoción

El Celta había resucitado en la locura de la semana mágica; en los partidos rotos, de ida y vuelta, jugados con el corazón desbocado. El Atlético plantea partidos cartesianos, de escuadra y cartabón. El conjunto vigués nunca fue capaz de quitarle ese corsé al ritmo.

una pérdida letal

El Celta se movió mejor en la segunda mitad, sin nada ya que proteger. Manejó el balón con cierto criterio e incluso lo recuperó con prontitud. Difícil saber hasta qué punto ese dominio era una trampa que el Atlético había preparado. Inevitablemente ese espacio a espalda de los centrales sería aprovechado antes o después. Sucedió por la precisión de Griezmann y la potencia de Morata, pero también una vez más por la molicie de Boudebouz en el control y en la reacción tras pérdida.

oblak guarda la casa

Cabe el consuelo del catálogo de ocasiones. El Celta tuvo las suyas claras en la primera mitad: la doble de Maxi Gómez y Boudebouz y la posterior de Boufal. Oblak exhibió sus superpoderes. Nada que reclamar. Es lo que el Atlético paga a precio de oro. Oblak -igual que antes Courtois- ha ayudado a construir el mito de Simeone en la misma medida que Aspas puede haber tapado carencias durante las últimas temporadas.

razones para creer

La derrota no estropea todo lo que Iago Aspas despertó, más allá incluso de los puntos y la clasificación. Olaza sigue consolidándose como un lateral consistente. El equipo compite algo mejor. Boufal está llegando en buena forma física al final de temporada y despliega su plumaje cada vez más cerca del área contraria. Okay acude a todas las contiendas -Lobotka estuvo ayer más irregular-. En la mezcla, claro, Aspas y Balaídos siguen teniendo un peso imprescindible.

recta final

Ya no quedan partidos que malgastar. Ni siquiera la visita a Vigo de un Barcelona que podría llegar campeón o preocupado por otros menesteres. La derrota ante el Atlético certifica que se ha terminadola fiesta del Celta por estar vivo. Porque esa segunda existencia que Aspas le ha concedido es justo lo que apuesta en estas seis jornadas.