La temporada 1923-24, en la que comenzó el Celta su andadura, después del amargo final de la tan discutida fusión -solo Isidro, de los cuatro jugadores que pretendían dejar el club, se había replanteado continuar-, no trajo nada nuevo para el fútbol vigués. Se habían proclamado campeones de Galicia sin conocer la derrota en los seis partidos disputados, en un campeonato regional en el que solo habían participado Unión Sporting de Vigo, Eiriña de Pontevedra, Racing de Ferrol y Celta de Vigo. Eso y la muestra del potencial que había dado el Celta en los partidos amistosos constituían la esperanza de cara al Campeonato de España, que era realmente donde se esperaba que el Celta superase lo que ya se había conseguido con el Vigo Sporting y el Fortuna.

Para que así fuese se había cubierto la baja del gran jugador Ramón González con la participación del magnífico jugador del Real Madrid Manolo Posada. Llevado por su amor a Vigo, retornó a su ciudad para enrolarse en el Celta. Habían comenzado las gestiones para contratar a un entrenador inglés, que eran los que estaban de moda por ser los inventores de este deporte. En Vigo, aunque se culpó de todo al Deportivo, no gustó el fallo con el que la Federación Gallega de Fútbol, por quince votos a cinco, zanjó definitivamente la situación de los ahora rebeldes Ramón González, Otero y Chiarroni, reduciéndo su sanción hasta que terminase la temporada 1923-24. Contratado Frank Cuggy como entrenador del Celta, en enero de 1924 llegaba a Vigo para preparar al equipo para el Campeonato de España.

Al Celta no le pudo haber tocado peor enemigo en la primera eliminatoria. Los del Atlethic de Bilbao eran los vigentes campeones. Con todo, el 23 de marzo de 1924 el Celta hace su debut en Coya, jugando su primer partido de competición nacional entre vascos y gallegos. Partido vibrante y de gran emoción por la entrega de ambos equipos, al mismo tiempo que el público y los jugadores del Celta se llenaban de indignación por la parcial actuación del árbitro, el madrileño Larrañaga. Con su penosa actuación a favor de los bilbaínos evitó la victoria del Celta al anular injustamente dos goles de Correa. El partido terminó 1-1, con gol marcado por Posada. El Celta alineó a Isidro; Juanito, Pasarín; Balbino, Hermida, J. Torres; Posada, Correa, Chicha, Polo y Reigosa.

El día 30 del mismo mes de marzo se jugó en San Mames el segundo encuentro de la eliminatoria. El Celta fue recibido con hostilidad. Abucheados constantemente, sus jugadores también tuvieron que hacer frente a las decisiones arbitrales, que contribuyeron a la derrota por 6-1.

Al quedar eliminado a las primeras de cambio del Campeonato de España, como sucedía cuando lo jugaban el Vigo Sporting y el Fortuna, el Celta afrontó el resto de la temporada organizando amistosos. Es el 10 de abril de 1924 cuando se escribe una página de oro en su corta historia. De paso hacia Francia, donde tomarían parte en la Olimpiada de París, había llegado a Vigo a bordo del buque francés Desirade la selección del Uruguay. La directiva del Real Club Celta y el periodista Handicap concertaron dos partidos a jugar en el campo de Coya.

En el primero de estos dos partidos, el campo no podía albergar más gente de la que se encontraba en su interior, dada la expectación que había despertado el partido en toda Galicia. Enrique Macías y su hermano, desde la grada de los socios infantiles, buscaban a los dos amigos de siempre, para ver si se habían colado sin pagar la entrada.

Fuera del recinto, los dos amigos no habían podido acceder al campo ante la atenta vigilancia con la que los porteros llevaban a cabo su cometido. Uno de ellos casi lo consigue, al intentar colarlo cubriéndolo con el abrigo uno de aquellos muchos aficionados. Al verse ya dentro del recinto, el muchacho echó a correr por entre la gente, hacia la grada infantil en la que lo esperaban Enrique y su hermano. Pero en su alocada carrera fue a caer, justamente, en los brazos de uno de los guardias de asalto conocidos como "romanones" por haber creado dicho cuerpo el Conde de Romanones.

De nuevo junto a su compañero, aún con la oreja dolorida, los dos jóvenes no se daban por vencidos e intentaban por todos los medios no perder aquel transcendental partido. Parecía que iba a ser así hasta que uno de ellos se fijó en el tejado del largo almacén que había, casi todo a lo largo del terreno de juego, sobre el que salía una interminable y delgada chimenea hacia el cielo.

Sin pensarlo dos veces, el mismo joven que ya antes había intentado colarse gateó por fuera hasta el tejado, agarrándose a las piedras con las que estaba construido el viejo aserradero, cosa que imitó su otro amigo. Ya sobre el tejado, poniéndose en pie sobre las tejas, saludaron desde allí a los dos hermanos ubicados en la grada infantil, que veían cómo aquella improvisada grada también empezaba a llenarse de aficionados.

Aficionados que, al igual que todos los que abarrotaban el campo, estaban llenos de ilusión pensando en una victoria del Celta, nada menos que contra la selección olímpica del Uruguay. El Celta incluso se había reforzado con dos de los jugadores que el año anterior habían desertado de sus filas: Ramón González y Chiarroni.

El aplauso con el que la afición acogió a lo uruguayos fue de auténtica gala, pero fue mucho más atronadora la ovación con la que se acogió la presencia de los jugadores del Celta, que alineó a Lilo; Juanito, Pasarín; Balbino, Gallego, J. Torres; Reigosa, Ramón González, Chiarroni, Polo y Correa.

En la selección uruguaya, el "Negro" Andrade, con su gorra negra calada hasta las orejas, junto a su interior Scarone, eran los de más fama en aquel equipo que, un poco más tarde, se proclamaría campeón olímpico en París. Ante aquel ambiente tan sensacional, los uruguayos realizaron una gran exhibición de fútbol, que se plasmó en un 3-0 a su favor en el marcador.

Tres días después vigueses y uruguayos se volvieron a enfrentar en el mismo escenario, donde el triunfo volvió a ser para la selección uruguaya, que esta vez venció por 4-1. Fueron tan contundentes las dos victorias de la selección del uruguay, conseguidas con un fútbol de altísima calidad, que el genial Handicap, en su crónica deportiva de Faro de Vigo, escribió una frase que ya quedaría para siempre en el libro de oro del Real Club Celta: "Por el campo de Coya pasó una ráfaga olímpica".