Lo habían organizado los empelados del club en la sala de Balaídos que antaño fue oficina y después museo del Celta, ahora vacía, pendiente de las obras de reforma. Tomaron una figura troquelada en cartón de Iago Aspas, de las confeccionadas por motivos publicitarios, le encasquetaron los cuernos de vikingo y un bufanda. Y a sus pies, en este improvisado altar, habían ido depositando durante las últimas horas todo tipo de objetos: ajos, frutas, velas, un ron cubano que apela a los loas vudús y un gato chino de la suerte, sin despreciar lo cristiano y lo pagano, lo animista y lo mistérico. A cualquiera que ha accedido al estadio por cuestiones laborales antes del encuentro se le ha reclamado que participase en la invocación con algún pequeño objeto de significado personal, al que su dueño pudiese atribuir propiedades afortunadas.

No se trató en este caso de una campaña propagandística del club, como aquella que le costó tantas críticas a Marián Mouriño cuando era directora comercial del Celta, en marzo de 2007. Fue el gesto espontáneo de los responsables de instalaciones, taquillas, limpieza... Una muestra de devoción, válida por lo que significa, aunque el desarrollo del encuentro invite a pesar en las bondades de la psicomagia que defiende Jodorowsky.