En la sala de Balaídos que antaño fue oficina y después museo del Celta, ahora vacía, pendiente de las obras de reforma, los empleados del club han improvisado un pequeño altar en el que Iago Aspas ejerce de santo cristiano o divinidad pagana. A la figura troquelada de cartón la han coronado con ese casco pretendidamente vikingo tan popular entre la afición céltica. A sus pies, diversas ofrendas: ajos, frutas, velas, un ron cubano que apela a los loas vudús y un gato chino de la suerte. También pequeños objetos de significado personal. A cualquiera que accede al estadio se le reclama que participe en la invocación.

Mientras, inquilinos de la grada de animación, en la esquina de Río, se afanan en preparar sus "tifos". También reparten cartulinas en las zonas adyacentes, mediante las que informarán a los espectadores: "Nesta bancada anímase de pé".

Xoel apenas percibe lo que sucede a su alrededor, con su incipiente vista. Pero ya es celtista, hecho al dolor y al entusiasmo a sus tres meses y medio. Al hijo de Ramiro Díaz y María Ferral lo hizo socio al nacer su tío Pablo. "No se entera de nada, pero cuando vemos un partido fuera de casa por la tele canta los goles como todos, escucha el barullo y le gusta". Por todos ellos juega hoy el equipo.

Xoel, con sus padres, María y Ramiro. // Ricardo Grobas