Como todos los martes y jueves que había entrenamiento, Enrique estaba sentado en las gruesas tablas de madera con las que se habían construido las gradas de aquel campo de fútbol. Era el guardián que cuidaba de todas las carteras y relojes de los jugadores que se ejercitaban sobre el duro terreno de juego. Enrique tenía unos diez años. Era un tanto regordete y un acérrimo seguidor de aquel equipo que llevaba el nombre de la ciudad, del cual se había hecho socio infantil. Aunque no estaba muy seguro de si se había hecho seguidor y socio del Real Vigo Sporting Club de Fútbol por su nombre o porque militaban en él dos primos suyos. Uno se llamaba Pepín y a pesar de su poca envergadura había sido el portero del Unión Sporting Club. El otro primo, hermano de Pepín, se llamaba Kaíto y jugaba de defensa en el Vigo, al que siempre había pertenecido, al mismo tiempo que trabajaba en La Metalúrgica. El fútbol aún no se había hecho profesional, a pesar de que ya el profesionalismo comenzaba a funcionar solapadamente.

Por ello se había decidido ir a la fusión del Vigo y el Fortuna. Si se implantaba el profesionalismo, como así se preveía que iba a ser, ni la ciudad podría mantener a dos equipos de ese calado ni otros como Arenas de Guecho y Real Unión de Irún, entre los más afamados clubes de pequeñas provincias de España, podrían subsistir ni competir.

Mientras tanto, el jovencísimo Enrique, que cuidaba de las carteras y relojes de los jugadores, soñaba con emularlos en aquel campo de dura tierra en el que solo se dejaban ver, por las bandas y en las esquinas, tímidos brotes de hierba. Se veía triunfador domingo tras domingo ante la enorme chimenea que había contemplado, sonriente, las grandes gestas llevadas a cabo por el Vigo.

Pero Enrique no pensaba solo en su equipo, sino también en su rival en la ciudad, el Fortuna, del cual solo conocía que tenía su campo un poco más lejos de Coya, muy cerca de la curva de San Gregorio en Bouzas. Era por lo que se le conocía como Campo de San Gregorio, justamente donde está ubicada la que fue fábrica de Alfageme. Lo que le hizo pensar, al mismo tiempo, en el único partido que había visto del Fortuna, en el Campo de San Gregorio, contra el Real Unión de Irún, que era el equipo más poderoso del fútbol español de aquel entonces.

Aunque para Enrique el Vigo era el mejor, la verdad era que los dos equipos vecinos tenían un potencial muy similar, lo que les permitía clasificarse para el Campeonato de España de forma alternativa. Este campeonato, para el que también siempre se clasificaba el Real Unión de Irún, se jugaba por el sistema de eliminatorias, con un partido en cada campo y por diferencia de goles. Las primeras eliminatorias se decidían por proximidad geográfica. Entraban equipos como Eiriña de Pontevedra, Deportivo de La Coruña y Racing de Ferrol, aparte de Vigo y Fortuna, que eran los que más intervenían.

Al mismo tiempo que pensaba en esto, Enrique se sentía un tanto nervioso pero esperanzado en el triunfo del siguiente domingo, 11 de marzo de 1923. Su equipo se iba a enfrentar en Bouzas, en el Campo de San Gregorio, al anfitrión en la final del Campeonato de Galicia. Del duelo no solo saldría el campeón gallego, sino el clasificado para jugar el Campeonato de España, que era para lo que se estaban entrenando tan duramente los jugadores del Vigo Sporting Club.

El partido, como todos los derbis, había despertado una gran expectación. Los tranvías iban a rebosar hasta Bouzas y millares de aficionados acudían a pie hasta el Campo de San Gregorio. También habían atracado en el muelle de Bouzas barcos de Cangas, Moaña, Bueu y otros puertos cercanos, cargados de aquellos aficionados que no querían perder esta confrontación de los dos grandes dominadores no solo del fútbol vigués sino del fútbol gallego.

Los aficionados del Fortuna mantenían la esperanza de seguir ostentando el título gallego y al mismo tiempo aumentar la diferencia entre sus nueve títulos conquistados y los cinco del Vigo Sporting Club, a pesar de ser éste más antiguo.

Con el Campo de San Gregorio lleno hasta la bandera, como siempre ocurría en estos partidos de rivalidad, el Vigo Sporting Club, con su camiseta mitad roja y mitad blanca, así como con su calzón blanco, presentaba la siguiente alineación: Isidro; Otero, Pérez; Queralt, Hermida, Cosme; Gerardo, Ramón González, Chiarroni, Tito y Pinilla.

Enrique, que con sus diez años asistía al trascendental partido acompañado de su hermano y de su primo Pepín, el segundo portero del Vigo Sporting Club, no apartaba los ojos de sus ídolos. Sobre todo de Chiarroni, al que le llamaban "Santi di Barro" porque su padre, de origen italiano, vendía por las calles de la ciudad santos de barro, llamando la atención del posible cliente al grito de "santi di barro", lo que prendió en el hijo futbolista.

Los aplausos y pitos se volvieron a repetir por igual cuando saltaron al terreno de juego los jugadores del Fortuna, que con su uniforme completamente de blanco alineaba su mejor once: Lilo; Juanito, Pasarín; Balbino, Torres, Córdoba; Reigosa, Rodríguez, Chicha, Correa y Salvador.

El partido fue emocionante y disputadísimo, estallando un gran clamor, que se escuchó en todo Bouzas e incluso más allá, cuando el interior derecha del Vigo Sporting Club, Ramón González, marcó el gol que sería el de la victori; un gol que clasificaba al Vigo Sporting para el Campeonato de España, proclamándolo campeón gallego por sexta vez. Ni que decir tiene que Enrique, lleno de alegría por el sensacional triunfo en el tan transcendental partido, no sabía que aquel sería el último que disputarían el Fortuna C.F. y el Vigo Sporting Club.