Ahora nos toca conocer y saber cómo nacieron los entrenadores en los equipos de fútbol. Como aquellos que entrenaban al Sporting Vigo y al Fortuna, al Athletic de Bilbao, Real Sociedad, Real Unión de Irún, Arenas de Guecho, Real Madrid o Atlético Aviación de la época. A pesar de la crisis por la que está atravesando el Celta, no es el momento de tocar el tema para buscar culpables y responsabilidades. Tiempo más que suficiente habrá para ello cuando la permanencia, o no, de nuestro equipo sea una realidad inamovible.

Una vez arraigado el fútbol en España, creados sus equipos y grupos directivos, siempre se buscaba para entrenar a los "atletas" que había o practicaban la gimnasia sueca, sin que tuvieran el más ligero viso de conocimientos futbolísticos, en un deporte que comenzaba a imponerse en toda la península. Uno de estos entrenadores, de los primeros que tuvo el Celta cuando salió de la fusión del Sporting Vigo y el Fortuna, fue el llamado Andrés Balsa.

Hombre gigante, cuadrado, de cuello de toro, de más de dos metros de altura y de muchos más kilos que los cien, había sido aspirante al título mundial de los pesos pesados de boxeo. Gallego, nacido en Mugardos, como en su casa no sobraba de nada emigró y vivió su propia aventura americana protagonizando espectaculares combates de lucha libre y luego de boxeo,. Se enfrentó incluso al "Toro salvaje de Las Pampas", Luis Firpo. Y fue aspirante al título de los pesados, en disputa nada menos con Jack Dempsey, aunque esta pelea no se celebrase por impedírselo la derrota sufrida ante Floyd Johnson.

De vuelta a España se pasó al naciente deporte del fútbol al asentarse en Vigo en 1926. Había llegado con un circo en el que se enfrentaba a un toro como, según la leyenda que corría, ya había hecho en 1912 en el rodaje de la película muda "Quo Vadis". En Vigo montó un gimnasio y aprovechando todo lo aprendido en torno a la preparación física lo fichó el Celta, que solo contaba con tres años de historia.

Junto a este tipo de entrenadores estaban aquellos directivos que, por ser los más entendidos teóricamente en el nuevo deporte, se nombraban y hacían de tales. También sucedía con los más afamados periodistas deportivos, como el vasco José María Mateos y el gallego Manuel de Castro "Handicap", que fueron seleccionadores del fútbol español. Al igual que los más afamados árbitros de este deporte, como Pedro Escartín, el de las victorias morales. Luego, cuando los Ricardo Zamora, Jacinto Quincoces, Luis Casas Pasarín, José Iraragorri, José Samitiers o Ipiña terminaron sus carreras como jugadores en activo, conservaron su sitio en el fútbol y fueron los que acabaron teniéndose como los verdaderos entrenadores de este deporte.

Más tarde, cuando en el fútbol se comenzó a generar mucho dinero, cuando para ser entrenador había que obtener un título, los "estudiosos" también quisieron aprovechar esta mina de oro haciéndose entrenadores. Acostumbrados como estaban a los estudios, les resultaba fácil hacerse con el título que se pedía. Entre directivos que quieren seguir siendo entrenadores, exjugadores -que son los únicos que debería serlo-, preparadores físicos de otros deportes, que nada tienen que ver con el fútbol, estudiantes aplicados, aficionados al fútbol y al dinero que se gana en él ahora, todos quieren su parte de la tarta. Así como los psicólogos, técnicos suplementarios que se traen consigo el título de entrenador e incluso los entrenadores de porteros, que no saben absolutamente nada de lo que es estar debajo de una portería y de ser portero de fútbol. Todos luchan por una parte de ese gran pastel que tan apetitosamente ofrece el fútbol.

Toda esta ensalada de técnicos, apoyada por representantes, que buscan también su tajada, así como por muchos periodistas interesados en que sus periódicos sean los de más tirada, ensalzan a estos mediocres y malos entrenadores que hacen un cortijo en el que no caben ni están todos. Sobre todo los pocos y verdaderos técnicos que hay de este deporte. Si aunamos a todos que lo representan, incluidos los espectadores narcotizados solo por el deseo del triunfo de su equipo, nos hacen vivir una verdadera loquilandia del balón, donde la mediocridad es lo bueno y lo bueno de verdad se desconoce, por mucho que se agiten las masas y griten ¡gol!.

En esa Babel incluso se nos explica ¡lo que nosotros estamos viendo! para hacernos ver y creer lo que los interesados quieren que veamos. Por eso, cuando afronto uno de los dos partidos que veo completos al año por televisión, le quito la voz del locutor o exjugador, que siempre intentan confundirnos con medias verdades. Ninguno de ellos nos puede decir la verdadera verdad de lo que estamos viendo, ya que se juegan su retribución televisiva si van abiertamente contra el equipo que hay que valorar en su crítica. Si cuando pagamos una entrada, sea por taquilla, socio o abonado, por ver desde las gradas un partido de fútbol nadie nos lo explica y solo nosotros lo tenemos que comprender y analizar, aun dentro de nuestra pasión de hincha de un determinado club, ¿por qué, viéndolo por televisión, nos lo tienen que explicar gente que no sabe ni puede hacerlo con la imparcialidad que se requiere?.

Así evoluciona el mundo del balompié, en el que ahora también entraron los "ultras" que en mis tiempos se encontraban al otro lado del "charco". Como va evolucionando con tonterías como la forma de festejar los goles, aunque sea un equipo tercerola quien los encaje. Al igual que con gestos y palabras como "soy el más rico, el más fuerte, y el más guapo", y no con la sencillez y el saber del mejor jugador que he visto en mis 85 años, Iniesta, incluido el siempre por mí admirado paisano y amigo Luis Suárez, cuyo juego era ver, no oír, una verdadera sinfonía lírica dirigida por Von Karajan.

Y aquí sí el presente Iniesta es superior al pasado vivido por un anciano que, posiblemente, fue uno de los tres o cuatro mejores guardametas de España, aunque nunca fuera internacional, porque no podía superar los pocos minutos en que lo había sido su admirado Juanito Acuña, el mejor portero español de todos los tiempos después, según se dice, del inmortal Ricardo Zamora.