Fran Escribá esperaba al lado del teléfono desde el 25 de septiembre de 2017, día en que fue destituido del Villarreal. Un año antes había asumido el mando del equipo castellonense, traumatizado por el extraño despido de Marcelino García Toral en plena pretemporada. Escribá firmó un año notable; pensó que suficiente para que Roig sostuviese su impaciencia tras un arranque irregular (siete puntos en seis jornadas). Pero a Roig, al que le gusta dejar su sello y tener en el banquillo técnicos con los que se sienta identificado, nunca comulgó totalmente con el valenciano. "No considero que mi destitución fuera una decisión . Pasarán años y seguiré sin entender la decisión de mi destitución", valoraría después Escribá.

Ha pasado temporada y media desde entonces. En el anterior ejercicio se le vinculó a varios equipos en momentos de crisis, como el Deportivo o el Málaga. Y durante el pasado verano tuvo ofertas de clubes importantes de Segunda División. Pero Escribá entendía que esa segunda categoría era un examen ya aprobado en su carrera. Ha aguantado junto al teléfono, con el vértigo que se siente en su oficio de salirse de la rueda, hasta recibir la propuesta adecuada.

El Celta lo reclama. Es una situación dramática, pero con la salvación aún factible. Ahora mismo la clasificación plantea una carrera de cinco equipos, del Huesca al Valladolid, en la que dos lograrán la salvación. Entre sus rivales estará precisamente el Villarreal, al que deberá recibir en Balaídos en una auténtica final. A Escribá, pragmático, capaz de adaptar su libreto a los caprichos del fútbol, no le asusta el reto. En su despedida del Elche afirmó: "Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, conocido el sufrimiento, conocido la lucha, conocido la pérdida y han encontrado su forma de salir de las profundidades. La gente bella no surge de la nada".