Continuando con la entrevista de la semana pasada con el "cachorro", el joven guardameta del Celta Rubén Blanco, quiero seguir matizando que yo alcancé esos cincuenta partidos en Primera División a los 21 años, no a los 22 como se hace notar en ella. Y un año, en mí época, eran 30 partidos, una eternidad, jugados uno cada semana y no, uno, cada día de la semana, como suele ocurrir ahora. Además, en mi época, al no existir equipos infantiles, los jóvenes no podíamos jugar en Primera División si no habíamos cumplido los 18 años, como fue mi caso. Cuando me toque contarles mi primer viaje con él Celta en el "Lanzallamas", sabrán por qué mis datos en Internet no son fidedignos del todo, como por qué, después de mi admirado y querido Simón, no fui el que más partidos podía haber jugado. Estoy seguro que les gustará saberlo.

Mientras tanto, sigamos explicándole al "cachorro" que en el área, tanto en la pequeña, área del portero, como en la grande, tiene que ser él quien mande. ¿Por qué? Porque el portero, sobre todo, tiene que dar a sus defensas esa sensación de que la portería está perfectamente defendida, así como al resto del equipo, contrarios, y aficionados. Pero ese mando, a porteros jóvenes como Rubén Blanco, como en su día me lo dieron a mí, se lo tiene que dar el entrenador delante de todos los miembros del equipo, haciéndoles ver que solo al guardameta le pedirá responsabilidades en los lances que el contrario lleve a cabo dentro del área. A, así como a defensas que no atiendan las peticiones que les pida el guardameta. Esto es fundamental que lo haga el entrenador, para revestir de toda autoridad al portero, sea joven o veterano. Que, además, desde su solitario puesto de trabajo, es el único que ve, con toda amplitud, el escenario y el desarrollo de la jugada.

Una vez revestido de esa autoridad que requiere el portero, éste debe dividir la portería en dos para estar en todo momento bien colocado y abortar el peligro, así como para hacerle más difícil el disparo, a portería, al delantero contrario. Por lo tanto, lo primero que tiene que hacer un guardameta cuando ocupa su portería, es una línea perpendicular, desde el centro de la línea de meta al penalti o bien hasta la línea que cierra el área grande. Como esto los nuevos entrenadores y sus profesores no sabían muy bien por queé lo hacían los porteros que estaban bien enseñados y documentados para hacer su trabajo bajo los palos, cayó en desuso. O tal vez pensaron que lo hacían los porteros para atentar contra el trabajo del hombre o de los hombres que cuidaban del campo. Yo me inclino por la ignorancia de aquellos que pretenden saber y enseñar, los que así mismo desconocen del fútbol.

Una vez convertida la portería en dos partes iguales, el portero, para estar siempre bien colocado, debe ocupar el centro del área, pisando con el pie derecho la línea marcada hasta el penalti, para, desde ella, cubrir el palo del lado en que se va a desarrollar la jugada. Y hará lo contrario, cuando la jugada se produce por el otro lado de la portería. De esta forma, no solo estará siempre bien colocado para defender su "lado bueno", sino que cubrirá mejor y hará mucho más difícil el gol, por el que se llama "palo largo del portero". Y si la jugada se desarrolla por el centro, cara al punto de penalti, entonces se adelantará, nunca más, hasta pisar la línea larga que cierra el área de meta. De esta forma cubrirá ambos lados, y los ángulos de frente de la portería. Pues si se adelantan más de lo especificado, como acostumbran hacer todos los porteros, al igual que los de balonmano cubren solamente el espacio del "tapón" de su cuerpo, dado que al reducir espacio de tiro del delantero, el disparo toma más fuerza y es imposible cubrir con toda garantía el espacio que se produce en la jugada. Porque para ello se requieren unos reflejos y una potencia de salida excepcionales que no tienen ninguno de los porteros que veo, ya que estas dos cualidades ni se enseñan ni se aprenden, hay que nacer con ellas, y si no se nacen con ellas no se tienen.

En dicha entrevista hago referencia a una jugada de este tipo, la del "sombrero" de Kubala a Cantero, la cual se produce a menos de dos metros de distancia y en la cual Kubala, sin dejar caer el balón al suelo, me lanzó uno de sus tremendos disparos que yo dije, por la falsa y típica modestia que a veces ponemos en práctica los jugadores de fútbol, que no supe cómo fui capaz de controlar aquel balón en fracciones de segundos. Pero yo sí supe por qué desvié el balón a córner cuando todos cantaban el gol. Y ahora, sin esa falsa modestia a la que me refiero, diré que fue debido a que yo era el portero de más reflejos y ágil de España, que "volaba", de palo a palo con toda facilidad, lo que muchas veces se me reconocía, porque no solo había nacido con dichas cualidades, sino que ya de muy niño las practicaba con aquellos jugadores recortados de la "Marca Gráfica" y pegados en cartón, con los que jugaba con un diminuto balón de corcho, del tamaño de las canicas con las que jugábamos al "ua". Los que alcanzaba en pleno vuelo una vez rebotaban en las esquinas de las paredes de la habitación, como alcanzaba en pleno vuelo, con toda la facilidad, la "billa" con la que jugábamos a la "billarda".

Recuerdo en 1950, cuando tenía 16 años, que en el cine de mi pueblo se proyectaba el documental "España en Rio", en el cual se podían ver todos los partidos jugados por España en los campeonatos del mundo del Brasil. No hace falta decir que vi dicho documental en las dos sesiones del día que lo proyectaron, pues quería ver las maravillosas paradas hechas por Ramallets, que tan brillantemente había comentado el inmortal Matías Prats, con el apodo que le habían dado de "el gato con alas". Cuando regresé al horno, mi padre tenía una panadería en el pueblo, cogí mi diminuta pelota de corcho y la comencé a tirar contra todas las esquinas de las paredes de la panadería, para detenerla imitando las magnificas paradas del portero de la selección española.

Sí, yo supe muy bien por qué despejé el "sombrero" de Kubala, y muchas otras más que hice a lo largo de mi carrera deportiva, muchas de las cuales, días después de jugado el partido, aún eran noticia en los diarios, como aquella de Balaídos, a "taconazo" de Kubala, en la que Ramallets cruzó el campo para felicitarme en un fundido abrazo, o como aquella otra de Bilbao en la que me hago con el balón con una mano. Y todo ello porque había nacido con unos reflejos fuera de lo común, y con un paquete muscular que me aportaba una agilidad con la que incluso paré un penalti con la cabeza, nada menos que a Gonzalo III, en el viejo "Las Corts". Pero como todo era tan fácil, que creyeron que el balón me había pegado en el rostro.