Semanas atrás, mi buen amigo Armando, periodista de Faro de Vigo y aún mejor celtista, causante de todo esto que les estoy contando, a pesar de que me resistía a ello, me llamó por teléfono para presentarme al joven guardameta del Celta Rubén, ya que era el segundo portero más joven del Celta que alcanzaba los cincuenta partidos jugados en Primera División y quería que charlásemos un poco.

- ¿Sabes quién fue el más joven que los alcanzó?, me preguntó, y como le dije que no lo sabía, me sorprendió diciéndome que había sido yo. Lo que desconocía porque no soy dado ni creo en las estadísticas, que en fútbol no sirven para nada.

Como mis 85 años, recién estrenados, me siguen haciendo pesada mi vejez (¡por favor, no envejezcan!), los cité en Bouzas. Vivo en su parte más bonita y antigua, que me recuerda la añorada Puebla del Caramiñal de mi inolvidable y feliz juventud. Y una vez más, al bajar las pocas escaleras para salir del portal de casa, me acordé de aquel inolvidable artista de cine (para mí el cine está antes que el fútbol) James Stewart, que incluso cantaba en “Nacida para la danza”, y era cowboy y colono en muchos films del Oeste como "El hombre de Larami” y “La conquista del Oeste”. Me acordé de él porque cuando le tocó vivir su vejez, siempre decía que lo que más le molestaba de ella era cuando tenía que bajar escaleras y le daban la mano para ayudarle a bajarlas.

Yo en cambio me agarré fuertemente a las manos que Armando y Rubén me tendían, por cierto muy amable y cariñosamente, para que me sintiera cómodo con mi genio de anciano cascarrabias y poder bajar al portal de la casa en la que vivo. Al igual que cuando me ducho, me desplazo por el baño como Tarzán en sus lianas, de agarradera en agarradera, porque tengo verdadero pánico a tener que volver a pasar por el quirófano.

Ya sobre la adoquinada calle, mis pasitos de pajarito le parecieron muy frágiles al joven cancerbero que, al igual que yo en mis años mozos, pretende encontrarse con la gloria. Procuró en todo momento ir a mi lado, como si temiera que me rompiera como el fino y delicado cristal de una copa muy valiosa, por lo que iba pendiente de mí como un buen hijo, educado y correcto, para que su arisco padre terminase feliz su corta andadura. Con esa zorrería que te dan los años, lo iba mirando de reojo para ir asentándolo a la primera impresión que, siempre es la mejor para el cálculo, me había dado. Y al verlo con esa humildad, un tanto ficticia, que todos los jugadores de fútbol tenemos en nuestros comienzos, no pude dejar de pensar: “Yo, a sus años, ya era un Tyrone Power, él aún es un Paul Newman que está empezando".

Tras pensar esto sonreí, lo que no hacía mucho tiempo, y me embargó cierta tristeza por no poder enseñarle lo que a mí Yayo me había enseñado. Sobre todo ahora con el “matraquillo” de la televisión. Aunque, creo recordar, solo lo había visto jugar en dos partidos recientes, contra la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, lo encontré frágil, muy frágil bajo los palos. Sin la experiencia y la confianza que debe transmitir un portero, y que ya debería tener a sus 23 años, lo que le daría ese mando en el área que aún no tiene, pero seguro tendrá con la experiencia de los años. Tampoco debe tomarlo como un reproche, como freno a sus aspiraciones, ya que de todo lo que vi por la televisión, español o extranjero, no vi ni un solo guardameta de ningún equipo que se pueda decir que es un buen portero, ni siquiera regular.

Y de porteros no le permito a nadie que sepa más que yo, aunque me lo tomen como una presunción fuera de lugar. Y voy a decir, claro y alto, el porqué. Tuve treinta entrenadores, como mínimo, en mi larga carrera deportiva como guardameta de fútbol, entre los cuales están los mejores que ha dado el fútbol español hasta este entonces. Ya dije sus cualidades, pero la de enseñar cómo debe ser un portero de fútbol, no de balonmano, solo dos han sido los catedráticos del saber y enseñar: Ricardo Zamora y Santiago Sanz Fraile, "Yayo”.

Aquí quiero hacer una salvedad respecto a la entrevista que nos hizo en Faro de Vigo el amigo J. Conde, tal vez porque yo me expliqué mal, por lo que le pido perdón o bien porque él me entendió mal a mí. Lo que pudo ser por ambas cosas, dado que en esa bien planteada entrevista se pone en mi boca que Zamora no sabía entrenar a los porteros. Lo que está muy lejos de la realidad y, sobre todo, que lo dijera yo, pues, de los treinta y tantos entrenadores que tuve, era el más sabio de todos ellos, no sólo en fútbol, sino en todos los órdenes y facetas de la vida. Nunca vi una persona que supiera explicar mejor, con fundamento y base, de forma tan amena y gráfica, lo que pretendía dar a conocer y a entender. Era un hombre versátil que, en eso, superaba a todos que he conocido, incluso a los más ilustres del saber. Y de estos he conocido a muchos, tal vez más de los que debiera.

Lo que yo pretendía hacerle saber al amigo J. Conde era que Don Ricardo no entrenaba enseñando a ningún portero ni a ningún otro jugador, sólo lo hacía para corregir los movimientos tácticos en los partidos del jueves. Ernesto Pons era el que trabajaba físicamente a los jugadores, siempre bajo la mirada y control de Zamora. Y “Yayo”, que era su segundo de abordo, matizaba sobre el terreno de juego todo el trabajo táctico que pretendía llevar a cabo Don Ricardo, así como la puesta a punto de los porteros. Por lo que se quedaba conmigo, enseñándome, horas y horas, hasta que “Machicha”, el exjugador y cuidador del campo, nos echaba fuera para que fuéramos a comer.

En el próximo capítulo de esta atípica historia, por dentro, del Real Club Celta de Vigo, les prometo que les seguiré hablando de mi entrevista con mi “Cachorro”, porque pretendo dejarle unas enseñanzas escritas para inculcarle, por lo menos, un cariño como el que yo le tuve a nuestro CELTA. También para que le sirva poder lograr esa aspiración que tiene de llegar a ser el portero que más partidos ha jugado en el Celta. Pues de ser así, tendríamos el puesto de guardameta cubierto por muchos años, aunque luego lo aproveche, como han hecho muchos otros, yo no, el Barcelona y el Atlético de Madrid son testigos de ello, como catapulta para ingresar en otro equipo de más poder económico.