Pitó el árbitro y estalló Balaídos enloquecido. Un grito desatado que tenía mucho más de liberación que de alegría. El Celta vivía desde hace semanas encerrado en una jaula con sus dudas, sus miedos y sus enormes indecisiones. Su mayor triunfo, más allá de los puntos y del puesto que ocupe en la clasificación esta noche, era salir de ese drama, respirar, encontrar el aire para volver a trabajar sin esa pesada carga que supone sentirse encerrado, bloqueado. La victoria sanadora sobre el Sevilla, que acaba con la racha de cinco derrotas consecutivas, ha producido ese efecto sobre el equipo y sobre los aficionados que encararon emocionalmente el partido como si se tratase de una final. Un gol de Okay mediado el segundo tiempo premió el esfuerzo, que no el juego, de un Celta que demostró por momentos el orgullo que le ha faltado en muchos tramos de esta temporada y que le permitió proteger la victoria en los últimos minutos, en un final angustioso, con un coraje que no se les recordaba. Con un Sevilla volcado en su área y los jugadores vigueses resistiendo como buenamente podían, los últimos minutos fueron un ejercicio de supervivencia que el Celta encaró como si en juego estuviesen mucho más que esos tres puntos que se reparten tras cada duelo. El Celta sabía que no ganaría por fútbol, que lo haría agarrado al cuello del Sevilla. Y así fue.

El partido fue un drama. El pánico se dibujaba en cada acción. Tiritaban los jugadores del Celta que parecían sufrir en cualquier control o pase por sencillo que pareciese. Como si en el vídeomarcador les estuviesen proyectando la clasificación en bucle. La consigna era clara: no conceder. Poco importaba que con la pelota en los pies el equipo fuese incapaz de construir dos pases seguidos, lo único fundamental era replegar, colocarse con un mínimo de decencia y evitar que entrasen en acción los mejores jugadores de Machín. También se puede ganar anulando al rival. En esa tarea el equipo mejoró por la presencia en el campo de Beltrán (el que parecía menos asustado de todos y que no paró de correr un solo segundo) y Okay. El turco, que se perdió los últimos partidos, consiguió que su territorio no fuese una zona de apacible tránsito para los centrocampistas rivales, la constante de los últimos partidos. Pero con la pelota en los pies el Celta fue incapaz de encontrar a Maxi Gómez. Jozabed -que volvió a dejar a Lobotka en el banquillo- y Brais -muy desnortado desde que no tiene la tranquilizadora presencia de Iago Aspas a su lado- prolongaron su decepcionante rendimiento y Boufal sufrió para irse de alguien. Una situación que provocó que el Celta solo disparase a puerta a falta de un minuto para el descanso. Fue en una rápida conducción de Boufal que se encontró las manos de Vaclik. El resto fue un enorme paseo por la nada. Al menos había que agradecer que Rubén no tuviese la sobrecarga de trabajo de las últimas jornadas. Esta vez el equipo se había protegido con cierto orden (bien Araújo y cumplidor Cabral) ante un Sevilla al que tampoco se le vieron excesivas intenciones, como si el partido también fuese una pequeña molestia.

El Celta mudó el gesto en el descanso. Se expuso algo más, pero decidió que su presencia en el campo del Sevilla no fuese una simple casualidad. Fueron los momentos en los que más se vio a Beltrán y a Okay sosteniendo al equipo y a Boufal tratando de estirarlo. Le seguía faltabando profundidad y desborde, pero ya vivía en el campo de un Sevilla que sin embargo pudo adelantarse con una contra que Ben Yedder estrelló en el poste mano a mano con Rubén. Pero el Celta había cambiado su actitud de forma decisiva. Y el Sevilla se sintió incómodo, incapaz de hacer que entrasen en juego sus mejores jugadores y con Banega siempre molestado por Beltrán. Fue el momento clave. Okay anotó en un saque de esquina que Maxi tocó en el primer palo y puso en ventaja a un Celta que se decidió a no regalar el empate como había hecho en sus últimos tres partidos. Ese fue tal vez la mayor conquista del equipo. Apenas tuvo fútbol porque los de Cardoso manejaron lo que restaba hasta el final del partido con las entrañas y se olvidaron por momentos de la pelota pese a que la presencia de Lobotka les había dado más recursos en el medio. Amenazaron en un par de salidas a la contra, pero lo cierto es que su obsesión fue la de hacerse fuertes en torno a Rubén.

El Sevilla, más por inercia que otra cosa, puso cerco a la portería del Celta que se dejó el alma en su defensa. Cayó Okay con los músculos reventados y Cardoso echó mano de Costas para resistir como fuese el último arreón andaluz. Con el estadio volcado, los vigueses jugaron otra clase de partido. No era su terreno, pero no dejaron de picar piedroa Detuvieron mil veces al Sevilla, jugaron con el crono, no dudaron en placar al rival si fuese necesario. Se les llenaron los ojos de sangre y gritaron liberados con el pitido final. Respira Cardoso, respira el Celta.