Cuesta abajo en la rodada, el Celta ha entonado en el Nuevo José Zorrilla un glorioso canto a la impotencia que refleja la angustiosa deriva del conjunto celeste y deja a Miguel Cardoso herido de muerte. La desangelada derrota cedida ayer ante el Valladolid, otro rival en apuros al que los celestes insuflan vida en un mes de enero maldito, relega a este equipo quebradizo y sin alma a las catacumbas de la tabla.

Si el Deportivo Alavés no le echa esta noche un cable ganando al Rayo Vallecano, el cuadro vigués se verá luchando en el barro del descenso, un batalla que no esperaba y para la que no está preparada una plantilla construida para dar la batalla europea y a la que no han sido capaces de sacar provecho ninguno de los entrenadores que el club ha contratado para dar un salto de calidad que, lejos de producirse, ha puesto al descubierto una letanía de carencias. La más evidente es la alarmante dependencia que este grupo tiene de Iago Aspas. El Celta es un equipo con Aspas y otro muy distinto sin él: desmochado, plomizo, incapaz de sobreponerse, como volvió ocurrir en Pucela, al menor revés.

LaLiga Santander: Los goles del Valladolid - Celta (2-1)

LaLiga Santander: Los goles del Valladolid - Celta (2-1)

No menos perturbadora es la extrema fragilidad defensiva -aterradora en el costado izquierdo, donde los rivales han encontrado un filón- que una y otra vez muestra el equipo celeste o la manifiesta incompetencia que ha mostrado Miguel Cardoso para corregir los problemas que acompañaron la caótica etapa de Antonio Mohamed.

El complaciente discurso del preparador luso -como lo fue también el de su predecesor- se ha dado de bruces con la realidad de la competición, que no ha tardado en ponerlo en su sitio. Los números no engañan: 7 puntos de 27 posibles. La situación se ha agravado desde la lesión de Aspas en el Camp Nou con una galopante crisis de cinco partidos consecutivos sin sumar que han convertido al Celta en un esperpento.

Cardoso apenas sí ha sido capaz de doblegar a los dos últimos clasificados (el casi desahuciado Huesca y el irreconocible Villarreal) y firmar un empate sin goles contra el Leganés en el que quizá puede considerarse su mejor partido. El resto ha sido pura palabrería.

De nada le vale al Celta golpear primero. Al menor soplo lo derriban y ahí se queda, postergado, impotente, sin capacidad de reacción. Le ocurrió en Vallecas, volvió a pasar contra el Valencia y le aconteció de nuevo ayer en Pucela después de que Pione Sisto adelantase a los celestes en el marcador a los 16 minutos de iniciarse el partido.

El danés, que apareció de pronto para marcar un buen gol y luego desapareció del mapa, aprovechó un astuto robo de Boufal tras un fallo en el control de Míchel para servir un buen balón que Sisto envió a la red con un excelente zurdazo tras recortar a su marcador en una baldosa.

El tanto del extremo céltico fue un espejismo, aunque durante la primera media hora el Celta dio al menos tenues señales de vida. No fue capaz de generar verdadero peligro, pero al menos pudo contener al rival sin demasiado sufrimiento.

Masip repelió sin despeinarse un disparo demasiado centrado de Boufal desde la frontal del área y no mucho después Maxi conectó, a pase de Mallo, un peligroso remate que no llegó a coger portería. Ahí se acabó el Celta, incapaz de frenar la ambición de un oponente que sí mostró voluntad de ganar.

Hacia el final del primer tiempo el Celta claudicó. El equipo celeste entregó la pelota, reculó y permitió al rival rearmarse para remontar. Rubén Blanco, de nuevo el mejor de los celestes, evitó el empate hasta en dos ocasiones antes del intermedio. El mosense se lució para repeler un envenenado cabezazo de Sergi Guardiola tras el lanzamiento de una falta propiciada por una pérdida en medio campo de Sisto. Casi a continuación sacó con otra buena parada un peligroso tiro de Keko. Era el anticipo de la pesadilla en que iba a convertirse el segundo tiempo.

El Valladolid confirmó tras el intervalo su sed de victoria ante un Celta cada vez más empequeñecido y frágil, que se desplomó en cuanto Óscar Plano puso las tablas en el marcador a los once minutos de la reanudación.

Antes, Rubén todavía tuvo tiempo de salvar al Celta tras un tiro de Guardiola que se quedó muerto en el área chica. Plano recogió el rechace y descerrajó un trallazo que el cancerbero celeste desvió saliéndole al paso. Ni Calero ni Kiko Olivas llegaron a rematar luego un emponzoñado centro que se paseó ante las narices del portero céltico con la zaga vencida.

No pudo sin embargo el guardameta canterano impedir que Plano igualase la contienda en una jugada algo afortunada, en la que los pucelanos aprovecharon la enorme debilidad de Juncà para percutir por el flanco izquierdo de la retaguardia celeste. Keko falló al tratar de rematar de tacón un centro raso desde la derecha y prolongó inesperadamente el balón hacia Plano, que batió fácilmente a Rubén tras anticiparse a Lobotka.

El gol del Valladolid sumió al Celta en el desconcierto. Sin ideas con las que contrarrestar el cada vez más evidente dominio del rival, Cardoso cambió a Beltrán por Sisto buscando control para conservar el empate. Mal negocio, pues no tardó el conjunto de Sergio González en dar una definitiva dentellada al partido en un hermoso baile sobre la corona del área que volvió a desnudar las carencias de la precaria zaga celeste. Guardiola combinó con Plano y éste le sirvió el remate expedito a Keko, que cruzó el balón lejos del alcance de Rubén.

Obligado a cambiar de plan, Cardoso intentó dar algo de filo al equipo con la entrada de Hjulsager y luego de Apeh, pero ni el danés ni el nigeriano consiguieron mover una coma el guion del partido. Favorecido por la rigurosa expulsión del debutante Hoedt, el final resultó plácido para el Valladolid y frustrante para el millar de incondicionales que contemplaron abrumados el monumento a la incompetencia en que se ha convertido en los últimos tiempos este Celta.