Posiblemente nadie como Bill Shankly explicó el fútbol de un modo tan preciso y descarnado. Sesenta años antes de que este deporte se convirtiese en una ciencia y transformase a los cuerpos técnicos en analistas de datos -pasan más tiempo viendo las gráficas que los ojos del jugador, que casi siempre proporcionan más información- el hombre que modernizó y revolucionó el Liverpool para convertirlo en un gigante dejó una serie de sentencias que siguen teniendo vigencia hoy en día. Una de las más célebradas aludía a la forma ideal de confeccionar un equipo, una tarea que él solucionaba con una símil musical: "Es como un piano. Necesitas a ocho personas que lo muevan y a tres que puedan tocar el condenado instrumento".

El Celta ha olvidado cargar con el piano, esa tarea tan molesta pero imprescindible a la hora de dar un concierto. Y así salen las cosas. Valladolid ha sido un nuevo ejemplo de un mal que nadie ha sido capaz de atajar desde que la temporada se pusiese en marcha. A Sergio González le sobran mozos que ahora mismo están dispuestos a echarse al hombro cualquier bulto por pesado que parezca para sacar adelante la aventura de permanecer en Primera División. Se les ve en la mirada, en cada balón dividido, en cada disputa. Su alineación, recitada de corrido, no dice gran cosa, no suena a Primera División. Pero suplen su falta de pedigrí apretando los dientes. En el Celta, en cambio, hay un exceso de solistas a los que se presupone ansiosos por interpretar a Chopin. El problema es que la mayoría de las veces, cuando quieren hacerlo, descubren con horror que el piano se ha quedado en Vigo porque nadie se ha encargado de cargar con él o que a nadie se ha encomendado esa tarea.

A Hugo Mallo le faltó hablar ayer del puñetero piano de Bill Shankly. Pero eso es lo que estaba en el fondo de su discurso ante las cámaras de televisión. Solo faltó que según hablaba los de Bein pusiesen un teléfono de aludidos por si algún compañero quería contestarle directamente desde el vestuario. Minutos después Miguel Cardoso también aludía a lo mismo en la sala de prensa sin reparar en que él es uno de los grandes responsables de que el equipo muestre esa inquietante falta de compromiso que denuncia. El argumento empieza a ser recurrente y no deja de oler a quemado que todos los sábados el equipo haya entrenado durante la semana de forma maravillosa y los domingos haya demostrado "poco compromiso o escasa intensidad". Algo falla en esa ecuación. Hace pocos años el Celta se vio en una situación muy parecida a la actual. Con Berizzo y con Luis Enrique coquetearon con los puestos de descenso y la salvación se convirtió en el único objetivo de la temporada. Pero nunca hubo alusiones tan directas al compromiso, jamás salió el capitán a avisar a sus compañeros que quien no esté preparado para esta batalla tiene que irse "fuera". Expresiones y reacciones que delatan un cierto hartazgo, un deterioro interno y anuncian grietas en un vestuario donde se cruzan demasiados intereses y algunos parecen jugar más pendientes de regresar rápido a la caseta por si su agente les ha dejado un mensaje urgente. Más allá del desbarajuste táctico, del socavón inmenso en la banda izquierda, de la necesidad de acertar en los cuatro días que restan de mercado, de los cambios difíciles de interpretar de Cardoso, de la incomprensible suplencia de Beltrán, de la lesión de Aspas o la necesidad de Okay la principal tarea desde hoy es asumir que solo se salvan los equipos dispuestos a cargar con el piano.