Por la megafonía de Balaídos suena siempre "Thunderstruck", canción de la que Siniestro Total hizo una versión gritando "Celta". Y es ciertamente un Celta "atónito", que se siente en este inicio de segunda vuelta como el conejillo deslumbrado por las luces del coche que lo va a atropellar, con esa misma extrañeza precediendo al pánico. Pero es otra la canción de AC/DC que se le acomoda a la escuadra celeste. Cabalga por su autopista hacia el infierno como se debe, empedrándola de buenas intenciones que no llegan a cuajar.

El Celta es oficialmente candidato al descenso. Por si quedase alguna duda, hoy mismo podría caer en los puestos letales si el Rayo Vallecano derrota a la Real Sociedad. La cuarta derrota consecutiva deja a Cardoso en situación delicada. En el club agradan sus métodos. Pero no está consiguiendo aplicarlos con eficacia. Avanza hacia el mismo desastre que Mohamed desde la fórmula contraria. Al argentino le sobraba carisma y le faltaba conocimiento; al portugués le sobra estilo y le falta química. El Celta lo contrató en noviembre porque creyó que aún tenía tiempo de reiniciar el proyecto desde cero como si fuese junio. Se aproxima el momento de un especialista en situaciones apuradas.

El Celta, por una suma de equivocaciones e infortunios, en la combinación de lo institucional y deportivo, de lo colectivo y lo individual, ha caído definitivamente con el cambio de año en una dinámica negativa que todo lo afea. Ahora mismo todos los futbolistas parecen peor de lo que son y todos los fallos se pagan con la vida. La escuadra fue capaz de ponerse por delante en una primera mitad equilibrada. Pero facilitó el empate valenciano justo cuando más controlaba el juego y ese disgusto provocó su colapso. Los síntomas propios de un equipo que no sabe gestionar su angustia. Ya sucedió en los dos anteriores descensos, viniendo de Champions y UEFA. En su permanente búsqueda de lo insólito, los vigueses podrían ser hoy antepenúltimos habiendo marcado más goles que Atlético, Real Madrid y Sevilla, los compañeros del Barcelona en la zona Champions.

Celta y Valencia iniciaron el partido buscándose las miserias. Cardoso, ante la ausencia de Okay, incrementó el perfil creativo de su alineación, con Brais en la mediapunta, mientras Pione y Boufal jugaban a intercambiarse las bandas. En el doble pivote, Jozabed y Lobotka. Un equipo de escaso músculo y mucho toque, que masticaba cada ataque; el Valencia digería los suyos a toda velocidad, conectando arriba con Cheryshev, Mina y Rodrigo. El Valencia trabajaba desde el robo; el Celta, desde la triangulación. Los dos tuvieron sus ocasiones, con disparos lejanos sin peligro y otros cercanos, de Boufal y Soler, interceptados por los porteros.

El Celta sufría más que su adversario. Cardoso no ha sido capaz de coser los espacios que dejó Mohamed. El Valencia se movía mejor en bloque, especialmente en el repliegue. Sin embargo, los celestes eran capaz de asomarse con relativa frecuencia al último cuarto de cancha. En una de esas visitas, concluida en córner, Araújo cazó el servicio de Brais.

Pudo empatar ya el Valencia antes del descanso con un falta ejecutada por Parejo, que Rubén despejó. Pero el Celta se fue al descanso satisfecho. Cardoso instruyó a los suyos para manejar el partido en la segunda mitad desde la posesión y sus jugadores se aplicaron con fe. Las imprecisiones de Brais y Pione impidieron culminar con mayor peligro la única fase en la que realmente se sintieron superiores al Valencia.

Pero un gol es realmente una protección excesivamente fina para un conjunto tan frágil a nivel táctico y emocional. Bastó un balón colgado por Gayá desde el flanco izquierdo para que lo construido con tanto esfuerzo se derrumbase. Fallaron los dos mejores hasta entonces: Rubén Blanco, que no voló en vertical lo que había volado en horizontal, y Araújo, en su único despeje tímido. Ferrán aportó un excelso remate para empatar en el minuto 71.

El Celta, aunque no se supiese entonces, ya estaba muerto. A partir de ese golpe deambuló por el campo como un zombi. Blanco realizó otras dos intervenciones prodigiosas. No pudo más. El Valencia enlazó una combinación en la que pesó más la incapacidad céltica para tirar el fuera de juego que la calidad de los visitantes. Rodrigo remató a puerta vacía. El excéltico y sus compañeros, como tantos otros antes, se van de su partido contra el Celta como el que abandona ya recompuesto un balneario.

La recta final se convirtió en una sucesión de imágenes dolorosas: el desquiciamiento de Maxi Gómez, el extraño manejo del banquillo de Cardoso, la incapacidad absoluta del Celta de recuperar el balón para ofrecerle a sus aficionados al menos un último arranque de coraje... A fuerza de disgustos e inseguridades los célticos están perdiendo incluso aquella capacidad que tenían de mantener con opciones hasta el pitido final.

Así que seis años después el Celta vuelve tener su permanencia en vilo. Y como entonces cualquier opción de éxito pasa por determinados sacramentos: la asunción de la realidad, tras superar las fases de negación e ira; la unidad de club, plantilla y afición; a nivel futbolístico, un sistema que tienda a proteger más al equipo de sus defectos que a explorar sus virtudes, porque necesita recuperar confianza antes de atreverse a mejores despliegues. Si Cardoso es el hombre adecuado en este nuevo planteamiento es algo que en la cúpula de Príncipe deberán valorar en los próximos días. Ahora regresa Iago Aspas, convertido en mesías a fuerza de derrotas, obligado nuevamente por su leyenda a salvar al Celta. Los compañeros casi necesitarán más su furia febril que sus goles en otro escenario clásico: el gélido Zorrilla, donde tanto se ha sufrido y celebrado.