Navega el Celta por ese río traicionero que es la Primera División, donde en cualquier momento aparece un remolino que te agarra sin previo aviso en invierno y ya no te suelta (si es que te suelta) hasta bien entrada la primavera. Suele ocurrirles a quienes parecen despreocupados, convencidos de que el peligro circula muy lejos y que nunca llegarán a verse en problemas. Por eso el tropiezo del Celta ante el Athletic -que volvió a cazar en uno de sus habituales cotos- cobra un mayor dramatismo. En una semana que podía reengancharles a la pelea por Europa y permitirles ver de lejos los remolinos del fondo de la clasificación, los vigueses se dieron un sonoro costalazo. Lo peor de la noche no fue la derrota, sino la sensación de retroceso transmitida por un equipo que hace unas semanas se fue de vacaciones dando la impresión de haber encontrado el camino y que regresó del atracón navideño luciendo los peores vicios mostrados por el equipo esta temporada. Fue como si tras saludar al nuevo año Cardoso se hubiese convertido en una versión más estililizada de Mohamed. El mismo desorden, la misma falta de ideas, de personalidad, de carácter. El encefalograma plano con el balón, los fallos groseros en defensa...los conocidos errores que han impedido que el equipo despegase este ejercicio y que llevaron a la directiva a buscar una alternativa urgente en el banquillo. Cierto que con Aspas comiendo pipas en la grada las cosas siempre resultarán más complicadas, pero ayer hubo muchas otras circunstancias inquietantes que empujaron al Celta a una derrota que obliga de forma inmediata a poner tiesas las orejas.

Para empezar la lista de agravios, Cardoso sufrió lo que popularmente se conoce como ataque agudo de entrenador. Solucionó la baja de Aspas formando el medio del campo con un triángulo compuesto por Okay, Lobotka y Beltrán, quien ejerció por primera vez en su carrera como mediapunta. El experimento fue un desastre. Lejos de juntarse, los tres mediaspuntas jugaron completamente desconectados. Okay se instaló entre los centrales para sacar el balón, el abandonado Lobotka se vio cercado por los medios del Athletic y Beltrán era incapaz de interpretar el lugar que debía ocupar mientras a su alrededor una colección de bigardos de metro noventa peleaban por los pelotazos que llegaban por allí. Con Brais desconectado del juego y errático en sus decisiones y los laterales incapaces de adueñarse de la banda que Cardoso quería en exclusiva para ellos, el Celta fue un alboroto de equipo que corría sin sentido y se dejaba contagiar por el ritmo que el Athletic ponía en la presión. Los bilbaínos llegaron con una sola idea. Robar y que Williams corriese. Sin Costas la situación fue dramática. Se echó tanto de menos a Aspas como al central de Chapela. Con la defensa hecha unos zorros (Costas lesionado, Junior en Argentina y Roncaglia haciendo la maleta), saltó al campo Cabral y Williams hizo volar sus costuras. Apenas se habían jugado veinte minutos cuando en un robo en su campo, los bilbaínos conectaron con el veloz delantero en la banda izquierda y Cabral se vio obligado a visitar esa zona para caer en la trampa perfecta de los vascos. Williams le sentó con un quiebro y puso el balón al área para que Muniain, aprovechando el despiste de Araújo (que también es menos sin Costas), abriese la cuenta.

Por debajo en el marcador el Celta ya fue incapaz de focalizar su objetivo. Lastrado por el planteamiento, el equipo vivió solo del monólogo de Boufal (que se llevó todas las patadas del mundo y sus continuos regates nunca pudo hacerlos en zona de máximo peligro) y de la pelea de Maxi que no dejó de intentarlo mientras el partido estuvo vivo. Fue precisamente un cabezazo del uruguayo el que dio esperanzas a un Celta que no había probado a Herrerín en todo el primer tiempo. Pero justo antes del pitido del descanso, Maxi cabeceó un balón en el primer palo para que Beltrán empujase a la red en el segundo.

El empate dio esperanzas al Celta, pero seguramente frenó la decisión de Cardoso de darle un meneo al equipo en el entretiempo. Se sintió rehén de ese gol. Y cometió un error por partida doble. Dejó que el Celta siguiese languideciendo, sin esa idea de juego clara que se había visto en los partidos previos a las uvas. Y el Athletic le fue comiendo el campo a la espera de ajusticiarles. Era cuestión de tiempo. Lo que era difícil de prever era cómo se iba a producir el desastre: con una asistencia de Herrerín. Un pelotazo del portero atravesó el campo sin que nadie del Celta estuviese en su sitio o con los sentidos puestos en el partido. El balón fue a la espalda de Cabral (donde casi siempre estaba Williams) y el delantero encaró con tranquilidad a Rubén y le batió por bajo.

A partir de ahí, con la desesperación del marcador, Cardoso mutó por completo en Mohamed. Sus cambios los hubiese firmado hace dos meses el técnico argentino. Saltaron a escena Pione Sisto, Eckert y Hjulsager de forma escalonada. Ninguno de ellos cambió el destino del partido. Especialmente sangrante fue el caso del danés, cada vez más desengachado del juego, del equipo y de la profesión. Apático y despreocupado por completo, como si el cuento no fuese con él. Así era casi imposible que el Celta encontrase el empate. Pero, entre las pérdidas de tiempo del Athletic, pudo hacerlo en la carga final gracias al coraje que sí le pusieron a esos minutos gente como Okay, Maxi o incluso Eckert. Ellos sí advierten que el remolino acecha.