Solari vivirá durante un tiempo agradecido al Celta. El día que el argentino se veía sometido al decisivo examen que determinaría su permanencia o no en el banquillo blanco se encontró con que enfrente no tenía rival. Le bastó una pizca de Benzema y un par de manos de Courtois para desarmar a un Celta que volvió a ser un ejercicio constante de improvisación y desorden. Pocas veces una derrota con el Real Madrid deja un regusto tan amargo en el ambiente porque al equipo blanco se le veían los costurones a las leguas. Pero nadie probó a meterle el dedo. Al contrario, los de Mohamed fueron un corderito, un equipo al que a su habitual falta de ideas añadió la ausencia de la mínima hambre para ir en busca del Real Madrid. Se dejaron hacer, permitieron a los de Solari disfrutar de una extraña paz y solo en el segundo tiempo protagonizaron un arreón de dignidad que permitió soñar de forma vaga con otro desenlace. Pero ese efecto duró apenas cinco minutos. Sacó Courtois sus brazos interminables y se acabó. El resto fue un alarmante muestrario de impotencia de un Celta al que cuesta ver esos brotes verdes de los que se habla en el vestuario y en el palco. El equipo sigue sin una idea clara, sin un plan. Ayer eligieron esperar al rival, presionar solo en contadas ocasiones y permitir grandes espacios entre sus líneas, que iban todas por libre. Una situación ideal para un equipo como el Real Madrid que sacó el balón con tranquilidad y avanzó por Balaídos sin obstáculos, feliz frente a un rival que aguardaba una pérdida o un robo para correr.

Al Real Madrid le bastaron unas cuantas apariciones de Benzema para desmontar al Celta. El francés, uno de esos delanteros que son más felices cuantos menos metros tienen para jugar, puso en evidencia a la defensa viguesa que se ha convertido en una interminable película de terror. Un movimiento de cintura le valió en el minuto 22 para provocar un cataclismo en el área céltica. Cabral se comió el amago como si fuese un recién llegado a la élite y tras un control asombroso el francés se quedó solo frente a Sergio a quien superó con un remate ajustado al palo izquierdo.

Hasta ese momento el Real Madrid había vivido muy cómodo frente a un Celta que solo había generado algún peligro en un par de galopadas por libre de sus delanteros (Mohamed cumplió su intención de situar a Boufal junto a Maxi y Aspas). Pero eran espasmos, nada se correspondía con tener una idea de juego como lo demuestran de que disfruta de una pareja de delanteros maravillosa que cada vez vive más desconectada del resto del equipo. Aún así el Celta pudo marcar en un cabezazo al palo de Okay en un saque de esquina. Pero eran hechos aislados de un equipo que parecía incapaz de meterle una velocidad más al juego.

La situación se agravó en el segundo tiempo. Otra vez apareció Benzema e hizo un nudo con Roncaglia en un palmo. Y su disparo entró después de una serie de carambolas caprichosas (antes de entrar golpeó en Sergio, el portero y Cabral, que acabó introduciendo el balón en su portería). El justo premio para el talento del francés y justo castigo para un Celta contemplativo.

Los de Mohamed volvieron a la vida gracias a una acción maravillosamente dibujada por Brais y Hugo. El nuevo internacional colocó con delicadeza un balón a la espalda de Ramos aprovechando la entrada del lateral. Mallo cazó una gran volea que hizo inútil la estirada de Courtois. Ese fue el momento del partido. Por un instante el Celta recuperó el colmillo y sus piernas. Apretó en la presión, robó y corrió. Fueron unos momentos que evocaron a lo sucedido hace una semana en Sevilla. Allí pudo venir el empate. En una de esas embestidas Iago Aspas descerrajó un gran disparo desde la frontal del área a la que respondió Courtois con una parada irreal, propia del portero gigantesco que es. Y allí se acabó el Celta. Cinco minutos duró. Mohamed trató de repetir lo de hace una semana y aprovechar en los carriles a Juncá y Hjulsager a cambio de perder a Beltrán (discreto, como todo el equipo) y retrasar a Brais. Lo que parecía una reacción racial desapareció por completo. El Celta volvió a frenar y a enredarse en peleas y batallas inútiles que no le aportaban gran cosa.

Respiró el Real Madrid que, angustiado por la imposibilidad de hacer cambios por las lesiones de Reguilón, Casemiro y Nacho, tuvo que componer una defensa de circunstancias y por momentos sintió que no tenía aire. Pero se lo dio el Celta, al que le faltaron el instinto para lanzarse a su cuello y una idea clara para buscar precisamente ese terreno en el que el equipo blanco se había quedado cojo. El desgobierno absoluto. Si alguna esperanza tenían los vigueses se acabaron a diez minutos del final cuando Juncá -otro que jugó un partido deficiente- cometió un discutible penalti tras una pérdida infantil en la salida de la pelota. El despropósito habitual. Sergio Ramos marcó y convirtió en un pequeño trámite el final del partido porque incluso Mohamed renunció a hacer el tercer cambio. Para completar el festival Cabral se ganó la expulsió, Ceballos marcó el cuarto tanto y Brais Méndez anotó el 2-4 para continuar con su racha goleadora de las últimas semanas. Se marchó el Real Madrid lleno de lesionados, pero con la felicidad de verse más cerca del Barcelona. Hacía tiempo que una versión tan regular del equipo blanco no se llevaba un premio así de Balaídos, donde siempre tenía garantizada una tarde de sufrimiento. Y en el bolsillo del sobreactuado Solari iba el salvoconducto que el Celta le había entregado generosamente.