Juego al baloncesto en un equipo de Vigo en Xogo cuyo nombre obviaré -a ciertos niveles el mejor retorno publicitario para el patrocinador es que oculten su nombre, ahorrándole el bochorno-. Somos trece jugadores, muy diversos en nuestros defectos. Las leyes combinatorias concluyen que podemos construir 1.287 quintetos diferentes. No los hemos probado todos, pero sí los suficientes para sospechar que somos capaces de jugar igual de mal con todos ellos y de manera natural, sin proponérnoslo. Jamás entrenamos de forma estructurada. Carecemos de cualquier tipo de sistema o automatismo. Antes de los partidos nos ametrallamos entre nosotros instrucciones muy sabias que absolutamente nadie cumple. A veces, cuando el partido ha dependido de una última acción, hemos dibujado complejas formas geométricas sobre la pizarra que se han transformado en ejecutar un tiro delirante nada más recibir el balón. Por supuesto que nuestro rendimiento fluctúa. Depende de los vaivenes individuales. En alguna ocasión hemos llegado a practicar algo parecido a lo que James Naismith debió imaginar. Pura casualidad. No somos un mal equipo. Somos 1.287 malos equipos. Con nosotros la mecánica cuántica no funciona. Schrodinger sabe perfectamente que nos encontrará muertos cuando abra la caja.

El Celta de Mohamed es diferente, pero inquietantemente similar. Él maneja tres porteros y 23 jugadores de campo, incluyendo a Eckert, muy diversos en sus virtudes. Puede construir 3.432.198 alineaciones diferentes. Tampoco las ha probado todas, pero empezamos a sospechar que el Celta es capaz de jugar igual de mal con todas ellas. Algunos aficionados reclaman que se active a Radoja. En realidad, el veto de la directiva a Radoja, Jozabed y Mazan favorece al entrenador. Paradójicamente tener menos jugadores a su disposición, incluso a jugadores buenos, permite que el Celta no juegue tan mal; solo de 554.268 maneras, seis veces menos.

La directiva del Celta se decantó por Mohamed porque se les presentó en Vigo; por ese arrojo, por ese hambre. Después del tibio Unzué, en Príncipe habían decidido que el gran giro debía construirse sobre la energía del discurso. El fútbol suele exagerar su épica: la arenga de Aragonés que cambió el destino de la Roja, el vídeo motivacional de Guardiola que impulsó al Barça en la final de Roma. Preferimos olvidar que Aragonés también dio un discurso hermoso y Guardiola puso un vídeo escalofriante los días que perdieron. Al final, los entrenadores no se definen solo por los parlamentos de las grandes ocasiones o las decisiones geniales. Cuenta sobre todo la rutina menuda, cada uno de esos pequeños ejercicios que entrenamiento a entrenamiento contribuyen a coser la identidad de su escuadra.

A Mohamed lo asfixian las matemáticas. Obsesionado con reducir los goles que el Celta encajaba, solo está logrando jugar peor, lo que sin duda conducirá a marcar menos. Y en el proceso está deteriorando el estilo del equipo, que nadie cuestionaba. No es lo peor. Tampoco que se queje de la falta de extremos o que entienda la medular como un estorbo, pese a que Miñambres le ha llenado la plantilla de centrocampistas. Ni siquiera esa descoordinación. El Celta puede jugar bien al ataque y al contraataque, con presión alta o baja, con laterales o carrileros, con balón o sin balón. Lo terrible es la sensación de que los jugadores se sienten igual de desubicados en cualquiera de esas propuestas. La fiabilidad en el fútbol se demuestra en la ocupación de los espacios. Y el Celta se desordena en todas las líneas, metros e intenciones.

La solución no pasa por seguir probando alineaciones, ya sea por haber estudiado al rival o haber arrojado un cubilete con los nombres, sino en trabajar de la manera adecuada cada apuesta; que el jugador sepa, entienda, ensaye y secunde lo que se le manda. La directiva tiene la responsabilidad de investigar qué sucede detrás de las puertas cerradas de A Madroa. La paciencia es un valor relativo. Si Mohamed sabe edificar, si el partido contra el Atlético no fue fruto del azar, que le concedan aquellas diez jornadas de Berizzo e incluso más; si no, ni un solo segundo. Porque el Celta bien pudiera estar muerto cuando abran la caja, con sus 554.268 funerales.