El Celta se rige por la ley del péndulo que Antonio Mohamed aplica en sus decisiones. El equipo camina entre la oscuridad y la luz, entre la amontonamiento defensivo y la ofensiva suicida, sin un término medio en el que instalarse. Ha sido seis equipos distintos, exagerado en sus defectos y cualidades, en otras tantas jornadas, como si padeciese de personalidad múltiple, y en una dinámica de deterioro que preocupa. La criatura de Mohamed, antes que crecer, involuciona. De esa colisión maniquea extrajo un empate afortunado, aunque no totalmente ilógico. Porque este Celta, al menos, compite siempre y se alimenta de Iago Aspas cuando todo lo demás falla.

"Tenemos que entender qué quiere el entrenador", dijo Hugo Mallo tras uno de los primeros partidos. La declaración pasó desapercibida. Porque los resultados eran positivos y ante el Atlético sobre todo sí pareció existir una total conexión entre lo que Mohamed se supone que pretende y lo que sus jugadores ejecutaron aquel día. Pero al argentino se le ha descompuesto la escuadra a la vuelta del primer parón liguero. Su extremismo táctico ha terminado por desorientar a sus jugadores, ayer desquiciados por momentos. La derrota es el destino inevitable para los equipos que ignoran a qué juegan. Pero a veces la voluntad o la intención son capaces de pequeños milagros. De la ideología de Mohamed se cumple de momento que la actitud no se negocia. La propuesta futbolística, en cambio, sigue en constante discusión.

Parecía riqueza en el libreto. Mohamed rediseñaba cada semana su equipo para hurgarle las flaquezas al rival. El balón revela ahora dudas, confusión, una política de extremos que descuadra lo construido. El gol de Leo Suárez en el minuto 93 del partido contra el Valladolid no solo arrebató al Celta dos puntos; también la posibilidad de insistir en una fórmula determinada. Despertó nuevamente el terror del entrenador a encajar goles. Mohamed solo se ha mantenido constante en la victoria. Su reacción tras cada empate o derrota ha consistido en cambiar de hombres, dibujo, intención... Quizás porque fue un delantero genial, cree que el gol a favor depende de la magia y el gol en contra, de la ciencia. El empate de Aspas no debería contribuir a esa visión.

El Valencia pudo dejar el partido sentenciado al descanso. Esta vez el Celta se convirtió en una víctima propicia, como a petición del rival, con esa suerte de revolución conservadora que decidió Mohamed: tres centrales, dos carrileros y tres pivotes en principio defensivos. El naufragio fue total. Okay y los centrales se enredaban en la salida, culminando sus intentos con balones largos fáciles de neutralizar. Lobotka se sintió como en tierra ignota escorado hacia la banda izquierda. La desubicación general acabó por enloquecer a Iago Aspas, el único que intentaba dar puntadas al desatino.

Incapaz una vez más de efectuar con rapidez las transiciones defensivas tras el colapso de la presión adelantada, el Celta nutrió las contras del Valencia con sus pérdidas. Batshuayi culminó la mejor hilvanada. Juncá pudo cometer penalti sobre Wass. Hasta el minuto 35, en un disparo de Okay desde la frontal, no se asomó con peligro real el Celta a la portería de Neto.

Al Valencia, seguramente por las dudas que su mal arranque le ha generado, le faltó atrevimiento para ampliar su ventaja. Creyó que le bastaría con dejar que el Celta se cociese en su incapacidad y si acaso sentenciar en alguna galopada de Rodrigo o Guedes. Mohamed, en esa muelle permanente de su voluntad, empezó a cambiar jugadores defensivos por ofensivos. El equipo se sintió más cómodo con el espacio que el Valencia le cedía gratuitamente. Lobotka recuperó el sentido y Pione Sisto comenzó a inclinar el juego hacia la banda izquierda atrayendo adversarios, ya fuese para buscar el regate o para cambiar después el sentido en el pase diagonal.

No parecía suficiente. Neto recogía con serenidad los disparos lejanos de Beltrán y Pione. El Valencia se sentía seguro y desde el banquillo le iban reforzando el músculo. Esa confianza lo mató. Mientras Iago Aspas vista la casaca celeste, un gol nunca será una ventaja en la que el contrincante pueda guarecerse. Juncá ejecutó un centro y el moañés se coló por el atajo que el remate de cabeza necesitaba.

Lo que sucedió tras esa igualada retrata nuevamente esa doble personalidad céltica, tan disociada que resulta esquizofrénica. El Valencia se encabritó y encontró enseguida las grietas que antes,en realidad, no había querido explorar. Sergio Álvarez mantuvo el empate y Mohamed retiró a Aspas para introducir a Júnior Alonso. Los delanteros son de Venus y los defensas, de Marte.

"Sé que estaré sometido a examen de forma permanente", ha asumido Mohamed en las ruedas de prensa, ya que en su primera aventura europea. Su elección olía a fracaso absoluto o acierto glorioso, sin tibiezas, y en esa disyuntiva sigue moviéndose. Entrenador flexible, que no se empecina en sus errores, o diletante incapaz de escoger un camino; estratega que maneja diferentes registros o ludópata de la pizarra; motivador que contagia su energía a los jugadores o charlatán cuyo discuso acaba desmoronándose por falta de cimientos. Mohamed aún puede ser cualquiera de esos dos entrenadores para el Celta y su criatura, el reflejo exacto de lo que consiga. Los resultados, aunque encadene tres jornadas sin ganar, le conceden tiempo para madurar un equipo del que ahora mismo nadie podría anticipar qué cara mostrará ante el Getafe.