El 23 de agosto es la fecha del registro oficial. Ese día en los salones de la Patronal se aprobaba en asamblea la constitución de la entidad bajo la presidencia del Conde de Torrecedeira y con apellidos ilustres en la directiva: Curbera, Barreras, Tapias, Núñez... Como reflejo de la fraternidad que se pretendía impulsar, Fortuna y Vigo aportaban su caudal humano a la junta: José Bar, cuya estatua vigila el césped de Balaídos, "significadísimo paladín del ex-Fortuna", según escribía Hándicap; también Ventura Lago, "último gran presidente del ex-Vigo". Un millar de socios, "cifra jamás conocida en una sociedad deportiva" de la ciudad, le daban músculo.

Lo cierto es que el Celta fue desde su gestación un reflejo preciso del carácter vigués: de la voluntad terca de sus emprendedores y la potencia de sus energías; también del individualismo feroz, a veces cainita, pues la relación entre Vigo y Fortuna tuvo etapas tensas. Al artículo pionero de Manuel de Castro Hándicap en FARO proponiendo la fusión, en 1915, le siguió un proceso tortuoso. Hubo controversia pública entre promotores como el propio Hándicap y detractores, como Camilo Bernárdez Thedy, que apostaba por mantener los clubes existentes, con Miguel Bezares T. Arnold tibio entre ambos. La convicción fue calando lentamente. El 12 de julio de 1923 los socios de ambos clubes se reunieron; los del Fortuna, a las 22.00 en el Hotel Moderno; los del Vigo, media hora después en el Cine Odeón. Cuando un socio viguista anunció que el Fortuna había aprobado la fusión con un solo voto en contra, un hurra gigantesco estalló en el Odeón. Y aunque se opusieron nueve socios presentes y dos por carta, ya nada podría frenar a esa criatura a la que el 10 de agosto bautizarían Celta.