Una cosa es tener una plantilla y otra bien diferente es hacer un equipo con ella. La base del fútbol consiste precisamente eso. El Celta dejó claro ayer que dispone de una amplia relación de futbolistas de calidad, seguramente por encima de lo que se le supone a un representante de la clase media del fútbol español, pero aún está muy lejos de convertirlos en un grupo homogéneo, fiable, con personalidad y una idea clara de juego. Por ahora todo se queda en esbozos, momentos esperanzadores como esos buenos veinte primeros minutos y ramalazos individuales de gente como Beltrán o Boufal. Insuficiente para derrotar en el estreno liguero a un discreto Espanyol que se vio ahogado por el arranque entusiasta del Celta, pero que luego encontró espacios y tiempo para plantear un duelo más abierto y arrancar un punto gracias en buena medida a la ancestral debilidad del Celta en el balón parado. Pero los vigueses también dejaron claro que tienen una base sobre la que edificar la temporada.

Los de Mohamed jugaron su sexto partido de pretemporada. Con la diferencia de que éste ya valía y daba puntos. El periodo de preparación aún durará unas cuantas semanas más para un equipo que ha jugado muy poco en verano y cuyos jugadores (la mayoría) disputaban ayer por primera vez más de sesenta minutos seguidos de competición. Se movieron a espasmos, sin una idea regular de juego. Presionaron en el primer tiempo la salida del Espanyol, pasaron por una etapa en la que concedieron campo para aprovechar los espacios a la contra y acabaron entrando en una especie de viaje de ida y vuelta que recordó más los tiempos de Berizzo aunque sin aquel punto de locura. Lo dicho, un partido veraniego con el equipo sin el fuelle necesario para mantener una intensidad alta durante demasiado tiempo. Porque se supone (por ahora nos movemos en el terreno de las suposiciones) que la idea primigenia de Mohamed es la del tramo inicial del partido, en la que el Celta se fue al campo del Espanyol a obstaculizar su salida. Sobre todo tras pérdida. Buenos momentos en los que los vigueses actuaron con intensidad y rapidez. Sin apenas brillantez en los últimos metros donde todo fueron malas decisiones o deficientes ejecuciones, pero el Celta pisó el área con rotundidad y frecuencia aunque le costó hilvanar mejor el juego por la limitada aportación de Brais y la desorientación que Lobotka aún tiene al verse diez metros por delante de su posición de hace un año. Culpa de Beltrán, un chico al que le sobra capacidad de sacrificio, orden y sensatez con la pelota. El ex del Rayo Vallecano se ha convertido en la aspiradora del eje central y ha empujado al eslovaco hacia el área rival. Necesita tiempo Lobotka que se enredó en exceso con la pelota, lo mismo que Pione y eso dejó sin alimento a Aspas y a Maxi Gómez, titular de nuevo tras un verano inédito. El esfuerzo inicial al Celta le valió para tres centros algo inocentes, un disparo lejano de Mallo que atrapó Diego López y uno cruzado en exceso por Brais. Y se les acabó el fuelle. El calor y la falta de combustible a estas alturas de agosto frenaron al Celta que ya no fue con la misma fe a la presión, circunstancia que el Espanyol aprovechó para acudir a saludar a Sergio Alvarez que tuvo que responder en un par de acciones. Los de Mohamed fueron diluyéndose sin remedio. Y la falta de intensidad trajo de la mano los inevitables errores de concentración. Uno de ellos llegó en el último suspiro del primer tiempo y le costó un gol al Celta. En una jugada a balón parado defendida de forma deficiente, un clásico histórico, una maldición que acompaña al club desde su nacimiento. Hermoso recogió el centro en el corazón del área y sacó un disparo que Sergio no pudo detener.

Con esa pesada carga sobre los hombros compareció el Celta en el segundo tiempo. Pero antes de que asomase los nervios y la ansiedad (mala compañera siempre de viaje) encontró el tanto del empate en una jugada muy bien construida por su medio del campo y que contó con la actuación estelar de Junior Alonso. El paraguayo -una de las novedades en el equipo y que demostró en el primer tiempo que no le quema la pelota en los pies y que aportará una dosis de contundencia que no tenía la defensa del Celta-, puso un ajustado centro al área que David López, en su intento por cortar para que no llegase Iago Aspas, desvió lo suficiente para ajustarlo al palo y hacer inútil la estirada del meta gallego.

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El gol serenó al Celta, que se refugió por momentos en su campo para recurrir a la velocidad. Un cambio de rol que no les mejoró en absoluto. Ya estaba en el campo Mor, recostado sobre la banda derecha. El proceso de corrección del turco vivió un nuevo episodio sin demasiado éxito. Ésta también es una tarea a largo plazo. Tuvo una ocasión clara (que regaló a las manos de Diego López) y luego se perdió en batallas estériles y en gestos melancólicos. Otra cosa fue cuando irrumpió en escena Boufal, momento en el que Mohamed renunció a uno de sus centrocampistas. El marroquí, aún lejos de su estado ideal de forma, generó un estado de alarma en la defensa del Espanyol que no lograron la mayoría de atacantes célticos durante el partido. Con todas las reservas que supone hacer a estas alturas ciertas afirmaciones, parece tener prisa por alcanzar la titularidad. Mucho más afilado y vertical que sus competidores por el puesto. Por entonces el duelo había perdido control y se sucedían las alternativas a uno y otro lado. Lobotka guardó algo más la posición y Beltrán, sin perder su capacidad de esfuerzo, estuvo algo más cerca del área donde mostró la misma serenidad para elegir el mejor de los caminos. Hubo más presencia en el área de Diego López, pero allí el Celta no encontró el punto de inspiración necesario en ninguno de sus jugadores para completar la remontada. Todo se quedó en intentos y en la confirmación de que al equipo le faltan horas en el horno. Pero el producto es bueno, ahora se trata de no echarlo a perder.