Es posible que se asustasen al ver las portadas de los medios nacionales y escuchado, tras medicarse convenientemente, algunas tertulias. A la inquietante selección española,selección española un equipo que con su ritmo pretende rendir un sentido homenaje al fútbol de los sesenta, la salvó el VAR en el descuento de su partido contra Marruecos. Ustedes estarán aburridos de ver la jugada. En el minuto 91, con los de Hierro desesperados por su incapacidad para generar una sola situación de peligro, condenados a verse las caras contra la Uruguay de Godín, Suárez y Cavani, apareció de la nada, de su suplencia difícilmente justificada, Iago Aspas. Toda su vida resumida en una acción. La pillería del niño de pueblo que se ha dejado las rodillas en los descampados para tirar el desmarque y el talento infinito moldeado en A Madroa para improvisar un sutil remate con la espuela. Una obra de arte, uno de los goles de lo que llevamos de este mediocre campeonato y cuya incidencia en el destino de la selección puede ser gigantesca porque envía a los de Fernando Hierro a la parte más suave del cuadro. Podría convertirse perfectamente en el pasaporte para algo grande si es que la selección es capaz de encontrar al fin un ILS que le oriente en medio de la espesa niebla en la que parece sumida. Un gol para la historia del fútbol español y que lógicamente se celebró con especial entusiasmo en su casa, en Moaña, en Vigo y en Galicia que solo uno de los suyos, Amancio en 1966, había marcado antes en un Mundial. Porque más allá del Padornelo la autoría del gol le corresponde en exclusiva al VAR. Ya no existen Iago Aspas ni su taconazo. Solo el bendito sistema de vídeoarbitraje que dio validez al ingenio del moañés. Hay diarios deportivos que en un ejercicio difícilmente igualable consiguen que el nombre de Iago Aspas no aparezca en toda la portada. Han encontrado "El cantar de Mío Cid" de los goles por su falta de autoría, el más democrático de la historia porque no es de nadie y solo le pertenece al VAR.

Vivimos un tiempo tóxico en el que los goles se celebran más o menos en función de su autor y de la camiseta que vistan. Una consecuencia más de una dinámica enfermiza que ha convertido los premios individuales en un acontecimiento planetario y que, paradojas de la vida, sucede en un deporte en el que históricamente el equipo siempre estuvo por encima de sus componentes, donde las tablas de goleadores eran una cuestión menor y el Balón de Oro se entregaba furtivamente. Este proceso en ninguna parte del mundo se vive como en España. Lo pagan la selección, arrastrada por la eterna y agotadora discusión entre Madrid y Barcelona, y los jugadores que no militan en las grandes franquicias. Ellos no generan debates, no marcan goles decisivos ni se merecen su nombre en la portada. Bastante tienen con estar y que den gracias. Por eso el gol a Marruecos lo marcó el VAR, algo que en absoluto hubiese sucedido en caso de que el genial taconazo hubiese salido de las botas de Isco, Asensio, Iniesta o Piqué. Entonces ellos serían las estrellas del baile, sus nombres lucirían en los quioscos y en las ediciones digitales disfrutaríamos de una hermosa colección de sus grandes conquistas personales.

Todo se mueve en función del binomio Real Madrid-Barcelona, de sus victorias y derrotas y del papel de sus jugadores por el mundo. Hoy los periódicos de Madrid podrían serlo de Lisboa por el entusiasmo con el que festejan los éxitos de Cristiano o el dolor con el que lamentan sus derrotas. Los de Barcelona parecen salidos de Buenos Aires por la pasión con la que viven la angustia de Messi. Solo así se entiende que parezca algo normal que el máximo goleador nacional de las dos últimas temporadas tenga una participación casi testimonial en el torneo. ¿Se imaginan que fuese Morata el que llevase casi 70 goles en las últimas tres temporadas? Habría afamados periodistas encadenados a la portería del Luzhniki reclamando su titularidad o la dimisión de medio país. Pero es Iago Aspas. No pasa nada porque espere en el banquillo y si se le ocurre marcar un gol tan decisivo como maravilloso pues se le echa la culpa al VAR. Y mientras tanto, ayer por la noche, una reportera televisiva saludaba a los aficionados españoles que salían del estadio al grito de "Isco salvador". Pues eso.