Ricardo Antonio Mohamed Matijevich, el Turco para el siglo, jugó en once equipos y ha dirigido a otros once, patriota de todos ellos pese a tanta mudanza. Igual argentino que mexicano en sentimiento y años, mestizo de piel y sangre. Fue un futbolista tan genial como caótico que se ordenó en la madurez. En su apariencia ha ido reflejando la evolución de su temple. Conserva el carácter expansivo, enérgico, pasional, optimista. Solo el recuerdo de sus tragedias, especialmente el fallecimiento de su hijo Faryd, le ensombrece la alegría. Todo se traduce en fútbol. El Celta cambia el cartesianismo pausado de Unzúe por la impulsividad vertical del Turco; el juego masticado por el de grandes bocados. El sentimiento que predicaba Berizzo vuelve a imponerse a la razón.

Esa condición arcoirisada del nuevo entrenador céltico procede de su misma genética. Por parte de padre, abuelo árabe y abuela argentina nacida en Brasil; por parte de madre, abuelo yugoslavo y abuela chilena. Cuenta que Mohamed era el nombre de pila de su abuelo que en el registro, al llegar como emigrante, convirtieron en apellido. Su padre, también Antonio, es un personaje central en su vida. Chatarrero en Camino Negro, en Lomas de Zamora, al sur del Gran Buenos Aires, de él heredó la pasión por Huracán, del que afirma que quiere ser presidente, y el aspecto árabe que cada vez que viaja a Estados Unidos le supone un concienzudo registro en la aduana. "Soy jugador por él, soy gracioso por él, soy alegre por él, soy mentiroso por él, soy de barrio por él, soy querido por mis amigos por él", enumera el técnico. Antonio falleció en 2005, de manera repentina.

El "Turco" nunca dejó de ser el niño feliz y rebelde que jugaba en los descampados, eterno futbolista de potrero. Un delantero centro potente y habilidoso a la vez que anárquico, con tendencia al sobrepeso. En el primer equipo de Huracán militó entre 1987 y 1991. Aunque en alguna ocasión intentó regresar, dice que incluso gratis, ya nunca volvió a vestir la camiseta del Globo. Europa es otro horizonte extraviado. Pudieron traspasarlo al Zaragoza pero la operación quedó truncada por un tema colateral de Leo Franco y acabó yéndose a Boca (1991-92); después, Independiente (1992-93) y el salto a México: Toros Neza (1993-98), América (98), Monterrey (1998-2000), Marte (2000), Irapuato (2001), Atlante (2001-2002), Atlético Celaya (2002) y Zacatepec (2003). A la selección albiceleste lo llevaron mucho pero jugó poco, cuatro partidos. Fue campéon de la Copa América en 1991. Coco Basile no lo convocó para el Mundial de Estados Unidos. Es, pese a todo, su principal referencia como entrenador, mentor y modelo. "Aprendí de él todo lo que un tipo debe saber de un vestuario y cómo manejarse con un jugador", expone y admite: "La personalidad de Basile no se puede imitar".

Como entrenador, ha ido saltando entre Argentina (Huracán, Colón, Independiente) y México (Zacatepec, Morelia, Querétaro, Chiapas, Veracruz, Tijuana, América y Monterrey), con la lógica mezcla de fracasos y éxitos. Le costó subir a Huracán a la máxima categoría, pagó la soberbia ("me dio un cachetazo terrible el fútbol") y aprendió. Ganó el Apertura de 2012 con Tijuana, una hazaña, y el de 2014 con el América, más lógico. En Monterrey ha sumado más puntos que nadie en los últimos cuatro años, pero ha perdido las finales y eso le ha supuesto cierta fama de fallar en los partidos decisivos. Se ha consolado con una Copa MX.

El Turco fue siempre ardoroso, excéntrico y carismático. Cuando Carlos Reinoso, entrenador de Toros Neza, le exigió que se cortase el pelo largo, apareció con la cabeza completamente rapada. Varios compañeros lo imitaron y la afición se posicionó a su favor. Toros, donde más ídolo ha sido, acabó caracterizándose por su fútbol temerario y sus extravagancias. Fue a partir de los 28 años, según fija él mismo, cuando empezó a aquietarse. Pensando ya en su futuro paso a los banquillos, su fútbol adquirió orden igual que su existencia.

Patricia, su esposa, ha sido el ancla en una singladura descrita como "movediza". Llevan juntos casi treinta años. El "Turco" resume: "Hizo más de quince mudanzas sola". Le soportó en los años de desnorte. Y juntos han afrontado su mayor tragedia. En 2006, Antonio se llevó a su hijo Faryd, de 9 años, a ver el Mundial de Alemania junto a otra docena de amigos. Camino al aeropuerto de Fránkfut desde Berlín, tras la eliminación de Argentina, su autocaravana fue embestida por un vehículo que circulaba a 200 kilómetros por hora. Faryd fallecía tres días después. El "Turco" se pasó 40 días en el hospital, con una pierna tronchada que casi pierde. Fue al año siguiente cuando ascendía con Huracán, cumpliendo una promesa que le había realizado a Faryd. "Es para mi hijo, es para mi hijo", sollozó el entrenador cuando el Huracán logró el tercer gol que certificaba el éxito. "Daría todo lo que tengo para volver a estar con mi hijo", ha confesado en alguna entrevista. Leva tatuado su nombre y así se ha bautizado el campo que emplean los más pequeños de la cantera de Huracán. Mayra, Shayr y Nayib son sus otros tres vástagos. Con los dos chicos pensaba irse este verano al Mundial de Rusia. Quizás ahora, tras fichar por el Celta, deba modificar sus planes.

Geológico, policromático, contagioso, extremo en sus afectos. Así es o parece, en breve semblanza, un entrenador que se merece una biografía completa. Se la ha escrito Leandro Sánchez: "El Turco, una vida llena de pasiones". Un hombre que dice que jamás entrenará a San Lorenzo, Unión y Racing por respeto a Huracán, Colón e Independiente. Y que un día, jugando para Boca, encaró el arco de Huracán en solitario y prefirió pasar atrás en vez de rematar, renunciando a marcar: "Una parte quería y la otra no; ganó la que no".