El segundo paso de Juan Carlos Unzué por Vigo volverá a ser tan efímero como cuando hace cinco años acompañó a Luis Enrique Martínez en su aventura como segundo entrenador del Celta. La temporada 2013-14 dejó mejores sensaciones en el celtismo que la actual, a pesar de que el equipo de ahora puede superar en la clasificación los 49 puntos que obtuvo entonces con el asturiano.

El fútbol se mueve también por sensaciones, no solamente por resultados, y las que va dejando el Celta de Unzué son bastante peores que las que transmitió entonces el equipo de Luis Enrique. El pamplonica, debutante como entrenador en la élite, dispuso el verano pasado de una plantilla que venía de alcanzar las semifinales de la UEFA Europa League y la Copa del Rey, a la que el club añadió una inversión récord de 25 millones de euros para reforzarla. Puestos los mimbres, al técnico se le iban a exigir resultados.

La permanencia era el objetivo básico, pero nadie ocultaba los deseos de regresar a Europa para disfrutar nuevamente de la competición continental.

El antecesor, Eduardo Berizzo, había dejado el listón muy alto, por lo que el club buscó un sustituto que ofreciese una propuesta futbolística incluso más atractiva que la del argentino, con quien el Celta había logrado darle sentido a la palabra "afouteza".

El nuevo proyecto requería un paso más en lo estético, confiando en que los resultados seguirían acompañando para aspirar a metas mayores. "La exigencia es alta, pero tenemos un gran equipo para hacer cosas interesantes", proclamaba Unzué en su presentación antes de lanzarse al vacío: "Creo que tenemos motivos para pensar que se puede conseguir un título".

La endeblez fue el primer signo de debilidad de un Celta que era incapaz de cerrar los partidos y dejaba escapar valiosos puntos en los minutos finales. Por momentos, los celestes volvían a brillar con el "fútbol de salón" que tanto aprecian en Balaídos. Sin embargo, Unzué no encontraba acomodo idóneo para un Iago Aspas que estuvo desaparecido en las siete primeras jornadas de Liga ante la irrupción estelar de Maxi Gómez.

Cuando el técnico apreció que Lobotka podía ser más útil como mediocentro que como centrocampista, el técnico navarro se decantó por cambiar de dibujo táctico: el 4-3-3 se transformó en un 4-4-2 para que Aspas tuviese el protagonismo que merece un futbolista de su talento.

En ese tránsito, Unzué entendió que debía elegir un once diferente cada semana, en función del rival. La fórmula no funcionó como cabía esperar y el Celta siguió un rumbo irregular, mientras comenzaba a perder potencial como visitante. En los malos momentos, Balaídos se convertía en la tabla de salvación para mantener viva la ilusión por situarse en puestos europeos. A ello contribuía un Aspas que aparecía en momentos puntuales para rescatar a su equipo de la mediocridad en la que caía más de lo deseado por una afición con la que nunca enganchó Unzué, a diferencia de su predecesor.

La apuesta por el canterano Brais Méndez coincidió con el retroceso de Emre Mor, el segundo fichaje más caro de la historia del Celta. El turco ha sido muy intermitente en su juego y le ha costado asimilar los conceptos futbolísticos de un entrenador que incluso le apartó del equipo por indisciplina.

Nemanja Radoja es otro al que Unzué no ha sabido sacarle suficiente provecho, a pesar de sus exelentes prestaciones con Berizzo. En el centro del campo, solamente Wass y Lobotka han sido fijos con el preparador navarro, que ha tenido en cuenta menos de lo esperado a Pablo, el Tucu, Hernández. El internacional chileno se ha quejado de sus numerosas ausencias en el equipo titular, al igual que Pione Sisto. El sueco John Guidetti, por su parte, prefirió cambiar de aires en un mercado de invierno que nada aportó al Celta, pues Mazan y Boyé son terceras o cuartas opciones para el técnico pamplonica.

Los mejores momentos del equipo vigués llegaban cuando se desataba de los conceptos de un sistema táctico que fue reconvirtiéndose en un 3-5-2 en las últimas jornadas para generar más juego ofensivo. El riesgo en defensa era mayúsculo si se producían desajustes en la presión y en el repliegue, como ocurrió el sábado ante el Villarreal.

Si el fútbol es un estado de ánimo, el circunspecto Unzué ha dotado al Celta de unos conceptos futbolísticos avanzados para seguir desarrollando el juego de toque, pero ha sido incapaz de alimentar el gen competitivo que heredó de Berizzo. Su proyecto en Vigo deja la sensación de que pudo ser mejor. Los puestos europeos parecen más asequibles de lo que se creía en un principio. Después se caer en la Copa ante el Barcelona, el celtismo daría por buena la temporada con el premio de regresar a la competición continental el próximo año. Unzué no pudo cumplir las expectativas.

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