El Celta sería un equipo maravilloso en un fútbol donde no existiese el marcador. El resultado es en ocasiones como ese invitado incómodo que llega a última hora para frustrar una hermosa velada y al que nadie creía haber llamado. Aparece de repente y te revienta la fiesta. Eso le sucedió ayer a los de Unzué que cosecharon ante el Espanyol un empate tan injusto como cruel que premió de un modo excesivo al equipo de Quique Sánchez Flores (dos llegadas, dos goles) y penalizó el esfuerzo y la generosidad de un Celta que vivió todo el partido en el área del colosal Diego López, responsable de que el duelo llegase con vida a los minutos finales. Y fue allí, como tantos otros días de esta temporada en Balaídos, cuando el Celta se dio de bruces contra el invitado al que nadie había convocado. Porque a los de Unzué le sigue costando gestionar la parte más áspera del juego, la que obliga a sacar un repertorio diferente, a juguetear con el reloj, a proteger lo que a veces cuesta tanto trabajo conseguir. A este equipo, que disfruta en el otro fútbol, con la pelota en los pies y buscando como posesos la portería rival, le faltan cerrajeros capaces de echar el candado a los partidos. Y no es cosa solo de los centrales, que suelen ser el blanco fácil de este tipo de situaciones. Influyen muchos otros factores. Porque antes de que llegase el balón a Gerard Moreno en el fatídico minuto 86 pasaron muchas otras cosas. Pérdidas en el medio del campo o jugadas que pedían un poco de freno y no salir como locos en busca del tercer gol. El Espanyol encontró el empate cuando Unzué aguardaba en la banda para meter el tercer central y amarrar un triunfo esencial en la carrera por Europa. Esa esa la idea, pero falló la velocidad de ejecución. Señal de que a este equipo y a este banquillo aún le faltan horas de vuelo para entender ciertos matices del juego.

El Celta, tembloroso en esos momentos finales, pareció disfrutar mucho más cuando le tocó remontar el gol con el Baptistao había saludado el partido. Fue la primera vez que habían cruzado los de Quique el medio del campo. El delantero recibió un gran pase y superó a Rubén en el mano a mano. Pero los vigueses no pestañearon. Convencidos de que conocían el camino para ganar el partido comenzaron un asedio al área del Espanyol, que se vio obligado a recogerse cerca de Diego López. El portero gallego no tardó en convertirse en el protagonismo del partido, señal de que la defensa "perica" se veía incapaz de sujetar el ataque de los vigueses.

Sin buscar tanto los pasillos interiores, que el Espanyol trataba de cerrar acumulando futbolistas, el Celta redobló las llegadas por los costados, sobre todo por el sector de Hugo Mallo, cuya importancia en este equipo no para de crecer. Por allí aparecieron las primeras oportunidades resueltas con enorme suficiencia por Diego López, decidido a frustrar la tarde de Maxi Gómez. Pero el uruguayo es un ejemplo de constancia y fe. En el área es un depredador como hacía tiempo que no se veía en Vigo. De los que pierden la razón en busca de un remate. Su insistencia encontraría premio tras un gran centro de Mallo (otra vez) que él cabeceó en el segundo palo. Su festival pudo ser completo seis minutos después si no llega a responder Diego López con una mano sobrehumana a un remate ajustado al palo izquierdo.

El Celta se sentía feliz con el empate en el descanso. El Espanyol no había vuelto a dar noticias en el área de Rubén y se limitaba a esperar el regalo o el error de los vigueses para castigarles. El monólogo del segundo tiempo estaba anunciado antes de que el balón se pusiese el juego. Y así fue. Un aluvión de llegadas y de paradas de Diego López que parecía destinado a estropearle la tarde al Celta. Sacó un remate descomunal de cabeza a Maxi, otro a Aspas e incluso un rechace de un defensa al que respondió con los reflejos de un juvenil.El empate era ilógico.

Unzué decidió entonces echar mano de Emre Mor en el último cuarto de hora. Tal vez un poco más tarde de lo que reclamaba el partido. Pero el turco decidió aprovechar el tiempo y cargar de razones a los que piden más presencia en el equipo. Agitó el partido desde que puso los pies sobre el césped de Balaídos. Desequilibrio y velocidad. En el minuto 80 limpió a toda la banda derecha del Espanyol y colocó el balón en el corazón del área. Allí lo recogió Maxi Gómez que a la media vuelta superó a Diego López. El de Chantada no pudo hacer nada después de que el balón rozase en uno de sus compañeros. Un canto a la justicia.

Y precisamente en ese momento, cuando el Celta había hecho lo más complicado, se arruinó todo. Era la hora de los cerrajeros, de echar el candado al partido, pero el Celta siguió sin cambiar el chip. Unzué se lo pensó porque puso a calentar a Gustavo Cabral e incluso pidió el cambio con la intención de jugar con tres centrales. Pero tardó demasiado en hacer ese movimiento. El defensa argentino estaba en la banda esperando la sustitución cuando el balón llegó a Gerard Moreno en el minuto 86 y el delantero, de forma sorprendente, soltó un latigazo que se incrustó junto al palo izquierdo de la portería de Rubén Blanco. Ya no hubo tiempo para más. Se repetía la historia del Girona o del Getafe, pero de un modo aún más cruel. Otra vez en medio de la fiesta sonó el timbre y el Celta, en vez de echar la llave y hacer como si no hubiese nadie en casa, abrió la puerta de par en par al incómodo visitante.