Los últimos actos, conociéndolos como tales de antemano, planificados así, poseen un peso especial; incluso los insignificantes, los que antes se repitieron mil veces, de forma automática o refleja, sin que nadie reparase en ellos. Todo en la despedida de Berizzo ha adquirido la trascendencia de lo que termina: el último paseo, la última consigna, el último abrazo. El entrenador acabará enfilando el túnel de vestuarios, con las gradas coreando su nombre, como aquellos pistoleros heroicos que se perdían en el crepúsculo del horizonte tras haber cumplido su misión. Ese túnel lo conecta directamente con la historia. El Toto pertenece ya a la memoria.

Balaídos se quedó a medio poblar en este adiós: 14.000 espectadores. Quizás el sofoco y el disgusto influyeron en la baja asistencia. Se percibía un hormigueo que la lectura de las alineaciones desató. La megafonía pronunció el nombre del entrenador. Fue el instante que activó el sentimiento hasta entonces contenido, con la primera ovación de la tarde. En Río Bajo se desplegó una pancarta preparada por el club, "Grazas, Berizzo". Otro de aficionados reza: "Grazas por facernos soñar".

El técnico se dirige al banquillo con la viveza habitual, a paso rápido. Cuando ya todos los jugadores se han situado sobre el campo. Sin embargo, detiene el tiempo. Su salida coincide con la interpretación del himno. Un ritual sagrado para el celtismo, pero que se interrumpe para tributarle otro estruendoso aplauso. Esas palmas también recitan las estrofas célticas, que la afición siente que Berizzo ha encarnado mejor que nadie.

A partir del pitido inicial se iniciará una salmodia constante, ajena al desarrollo del encuentro. La esquina derecha de Río Bajo, donde coinciden varias peñas jóvenes, ejerce de motor. Los cánticos que honran en exclusiva al entrenador, como la exaltación de su nombre, tienen una aceptación unánime en las demás zonas del estadio. Surgen con la insistencia del oleaje, un rumor que surge desde el silencio hasta alcanzar el grito. Los cánticos que mezclan el homenaje al entrenador y la crítica al presidente generan mayor división de opiniones. "Berizzo, sí; Mouriño, no" y "Mouriño, vete ya" se suceden con cierta frecuencia. Unos aficionados los secundan y otros silban para acallarlos.

Los jugadores también tienen voz en este último acto del relato protagonizado por Berizzo. Iago Aspas marca el penalti y se encamina hacia la banda para fundirse en un abrazo con Berizzo; diferente a aquel de Krasnodar, no tan enloquecido pero más intenso en lo íntimo. Wass, al ser sustituido, repetirá el gesto.

Mientras el celtismo se afana en sus canciones, mirando el partido de reojo, la afición de la Real Sociedad lo presencia con tensión. Hasta los periodistas donostiarras se van inquietando conforme avanza el encuentro, especialmente en la segunda mitad. Se entristecen y se entusiasman, según les dicte el marcador. Ya han perdido la esperanza de clasificarse para la Europa League, quedando a expensas de la Copa del Rey, cuando llega el gol de Juanmi.

El empate del conjunto visitante en cualquier otro minuto 90 hubiera causado pesar en Balaídos. Esta vez no importa el gol, sino precisamente el minuto. Todo se acaba. Los cánticos se repiten con la fuerza de quienes están agotando su resuello. Berizzo se reúne con sus futbolistas y ayudantes en el centro del campo. Todos se hermanan en un corrillo. Comparten las últimas palabras. Es la imagen que impone la clausura a tres campañas mágicas. Algunos espectadores se resistirán a irse a casa. Aguardarán otra vez por Berizzo. Otros célticos, como Guidetti El estadio, entre tanto, se ha ido vaciando. La nada es lo que parece aguardar siempre al final del camino. El Celta del Toto, sin embargo, existirá mientras quede alguien que lo recuerde.