Estaba Bobby Charlton sentado en el palco de Old Trafford, como en cada partido desde hace tanto que sus glorias como jugador están datadas en otra era geológica. La historia del United se escribe en sus arrugas. Es difícil descubrirle algún gesto al flemático sir que revele sus emociones. Pero quizás alguien cercano hubiera podido descubrir un atisbo de tristeza en su mirada. Su teatro, convertido en una oficina de contabilidad; sus sueños, ahora avaro cálculo. Un equipo, sobre el césped, honró la tradición de coraje y nobleza que los chicos de Busby instituyeron. Vestía de celeste.

El United ha muerto muchas veces como la Brigada Ligera durante la Guerra de Crimea. A su galopada suicida en Balaclava le escribió Tennyson el poema que muchas generaciones de escolares británicos memorizaron: "'¡Adelante, Brigada Ligera!/ ¡Cargad sobre los cañones!', dijo/ En el valle de la Muerte/ cabalgaron los seiscientos". No siempre se remontó como ante el Bayern en el Camp Nou, retratándose en la gloria. Se les recuerda en la última jornada de la Premier de 1995, vaciándose infructuosamente en el área del West Ham. El Blackburn conquistó el título. El United, la memoria.

Son los once de Berizzo, sin embargo, los que cargan en Old Trafford a pecho descubierto, cuesta arriba, con los defensas ingleses esperándoles con sus bocas tan hambrientas como cañones rusos. Las olas celestes se van deshaciendo contra la escollera. Pero marca Roncaglia, cuando quizás ya nadie lo espera, y despoja al conjunto de Mourinho de sus últimas apariencias.

Los jugadores del Manchester United han ido cayendo durante toda la segunda mitad, tronchados como espigas por el viento y resucitando enseguida. Ya van escaseando en la Premier aquellos héroes que se recogían las visceras con las manos si era preciso y se sostenían en pie. El Brexit no remediará el deterioro de ese espíritu deportivo que se conocía como "fair play", una expresión convertida en un estéril lema publicitario.

Ha pasado el tiempo de la valentía en el United, que saca la calculadora y enreda el partido. Le ayuda el árbitro, el rumano Ovidiu Hategan, que hasta el minuto 80 no castiga con una tarjeta a Herrera la reiteración en las faltas -la de Blind había sido por una acción puntual-. Hategan no tuvo ningún error grueso. Equilibró su exageración en las expulsiones al repartirlas entre bandos. Pero dirigió mal el choque. Consintió e incluso promovió la ruptura en el ritmo que el United deseaba.

Aquella ingenuidad de los "red devils" resultaba hermosa. Merecía el precio que debían pagar de vez en cuando. Este United ya no malgasta su sudor. Mide cada céntimo, cada esfuerzo, cada arrancada. Ha cambiado la lírica por las matemáticas. Y resta si les conviene más que multiplicar.

Charlton llora. Y si no, debiera. De la pena de sentir que una máquina ha sustituido el corazón de su club. Y de orgullo por ver que un pequeño equipo de modesto presupuesto, ubicado en la periferia económica del fútbol, conserva las esencias que él aprendió de joven. "Adelante, Celta, carga sobre los cañones", parecen cantar los 2.600 aficionados. Beauvue no tira, Guidetti no llega. Sí lo harán cada vez que el celtismo cierre sus ojos en los años por venir. Ese sueño jamás concluirá, ni siquiera la realidad puede ensuciarlo. En Old Trafford, como en Bernabéu, Camp Nou, Calderón, Riazor, Metalist, Krasnodar Arena, Luminus, también en Balaídos, el Toto y sus chicos seguirán cabalgando eternamente.