Y la Afouteza invadió el corazón de la ciudad, tanto que latía al compás de un sueño, el sueño de ver al Celta en un duelo histórico para Vigo. Así que las calles se tiñeron de celeste y el partido marcó las horas previas en una jornada en la que poco más existió además del Celta.

Desde hace días la ciudad se había vestido de celeste. Pero ayer, la ciudad se volvió azul. Los taxis y los autobuses lucían bufandas y banderas. Ellos también portaban el sueño de alcanzar la final.

Y como el celtismo es un sentimiento que nace ya desde la cuna, muchos de los centros escolares de la ciudad se unieron a la iniciativa de vestir a sus alumnos con la equipación del Celta y colgar una foto en las redes sociales del equipo celeste.

La lección de ayer no era ni de matemáticas ni de lengua. Ayer los alumnos vigueses aprendieron qué significa la palabra Afouteza, y empezaron a comprender que, a veces, los sueños pueden hacerse realidad.

Vigo y el Celta fueron uno ayer. Todas las calles conducían a Balaídos, en todos y cada uno de sus rincones se podía sentir cómo los vigueses iniciaban una cuenta atrás hasta el pitido inicial de un partido que por unas horas paralizó la actividad diaria.

El autobús descapotable de la peña Le-Chuzas Celestes desfilaba por las calles teñidas de celeste, contagiando su ilusión, y acompañando al equipo hasta el estadio.

Varias horas antes del partido Balaídos ya era un hervidero. Ansiosos, los aficionados tanto del Celta como del Manchester esperaban para acceder al estadio.

La marea gran celeste tiñó Balaídos por dentro, pero fuera seguía latiendo un corazón impulsado por un sentimiento único ayer: la Afouteza que aflora del celtismo, que lo convierte ya en una religión más allá de cualquier frontera.