El fútbol y la vida sonrieron al Celta y a un chico que ha pasado casi un año en esa oscuridad que son las graves lesiones y de las que un futbolista nunca sabe con certeza cómo va a salir ni qué secuelas va a dejar en las piernas y en la mente. Un prodigioso cabezazo de Claudio Beauvue en el último suspiro premió la lucha del guadalupeño durante los últimos doce meses -en los que ha batallado de forma incansable contra una rotura del Aquiles-, y recompensó también el infinito esfuerzo de un Celta que había merecido la victoria gracias a una pletórica primera parte y que se complicó tras sufrir uno de esos ataques de inmadurez que suelen asaltar a los equipos de Berizzo en determinados días. Pero llegó a tiempo Beauvue para hacer un rápido repaso a los motivos por los que el Celta le convirtió en su fichaje más caro de la última era y anotar un gol que desborda ilusión. Una historia hermosa, un acto de justicia también.

El desenlace frenético del partido recompensa a un Celta que solo puede reprocharse la laguna sufrida después de ponerse por delante en el marcador. Pecados de juventud una vez más que no deben restar méritos al despliegue siempre generoso y atrevido de los célticos. El primer tiempo fue un monólogo de los vigueses que descosieron por completo al Krasnodar, incapaz de cerrar las vías de agua que el Celta abrió en su armazón. La receta habitual de Berizzo. Mucha movilidad, circulación rápida y aprovechar todo lo posible el ancho del campo. Los laterales acamparon en territorio ruso y el equipo trató sobre todo de explotar a Pione Sisto, un tormento para Martynovich. Fue el danés uno de los protagonistas del primer tiempo. Su electricidad encendió el partido y obligó al Krasnodar a no pensar en otra cosa que no fuese sobrevivir. El Celta tuvo la virtud y la paciencia de no obsesionarse en utilizar solo una vía. Sisto era el camino más corto para llegar al área, pero supo alternar las entradas por uno y otro costado para que los rusos siempre fuesen un par de pasos por detrás. Ordenados gracias a la salida de balón de Fontás -una de las novedades de la alineación- y empujado por el orden y la firmeza de Radoja y Díaz, el Celta fue acumulando ocasiones. Solo le traicionó la puntería. Especialmente a Guidetti que tuvo tres remates francos para poner en ventaja al equipo. No fue el único. Wass obligó al meta en un gran disparo de falta, Aspas también exigió al meta ruso y Pione también tuvo su ocasión en medio de aquella oleada de juego y oportunidades de un equipo que siempre encontró la forma de recuperar rápido la pelota y arrimarla con precisión al área de un Krasnodar incapaz de emitir signos de vida en el área de Sergio Alvarez. El 0-0 al descanso era una mala noticia y también una evidente injusticia. El Celta merecía mucho más, pero volvía a estar en una de esas noches en las que parece cerrar los ojos cuando pisan el área rival.

Pero asomó Wass nada más volver del descanso para cambiar el decorado por completo. Una falta lejana la resolvió el danés con un misil que apenas cogió altura, botó a cinco metros del portero y se incrustó junto al palo derecho de la portería del Krasnodar. Un golazo que llevaba el partido a un escenario completamente diferente.

Pero entonces al Celta le salió el adolescente que lleva dentro. El gol le hizo enloquecer y dejarse arrastrar por un ataque de entusiasmo difícil de entender. Se estiró el Krasnodar, afectado por el gol, y lejos de aprovecharlo con madurez, el Celta les abrió la puerta hacia el área de Sergio. Faltó frialdad, autoridad en el medio del campo -Díaz debe estar para esos momentos- y sobró irresponsabilidad. En vez de juguetear con la evidente ansiedad rusa, el Celta se contagió. Y el Krasnodar demostró que tiene buen pie. Una rápida contra -la tercera seguida tras el gol de Wass- acabó con Claesson rompiendo a los centrales y ajustando el remate por debajo del cuerpo de Sergio. Media ocasión les había servido para encontrar la misma recompensa que el Celta con su despliege anterior.

El empate desnortó al Celta que recuperó la pelota, pero perdió la brújula que tenía hasta ese momento para llegar al área rival. Sisto ya estaba cansado, Guidetti vivía frustrado y Aspas directamente no se encontraba. El moañés lo intentó de mil maneras, pero estaba claro que no era su día. El Krasnodar, débil defensivamente, supo cerrarse con sentido y resistir a un Celta que en ese instante no tenía media idea. Las encontró Berizzo en el banquillo. El técnico dio entrada a Jozabed y un par de minutos después a Beauvue. Piernas frescas, pero sobre todo materia gris para un equipo bloqueado. El sevillano fue esencial. Comenzó a reactivar al equipo con sus movimientos y su toque sin perder nunca la posesión. El Krasnodar sintió que algo le alteraba y aunque el Celta no generaba demasiadas oportunidades, el balón volvía a estar en su área. En esos minutos también fue esencial Hugo Mallo. Infatigable, titánico, se convirtió en uno de los principales estiletes del Celta. En una de sus innumerables llegadas colocó un primoroso centro al corazón del área. Beauvue aceleró para tomar un metro de ventaja a su marcador y giró el cuello para colocar el balón al lado contrario y hacer inútil el vuelo deKritsyuk. Estalló de felicidad el Celta por lo que significaba aquel gol para el equipo, para la eliminatoria. Y por lo que significaba para un compañero al que han visto durante casi doce meses luchando contra una de esas lesiones que ponen el punto final a la carrera de un futbolista. El 2-1 es un marcador corto teniendo en cuenta lo sucedido en Balaídos, pero le cambia la cara a la eliminatoria. El Celta se marchó de Balaídos con una sonrisa dibujada en su cara, la de un guadalupeño que no entiende el significado de la palabra rendición.