Resulta acertado pensar que vivir en sociedad tiene sus reglas. Es algo similar a la normativa que rige jugar al póker o al ajedrez, por poner dos ejemplos.

Ud., amable lector, puede arriesgarse en engañar al fisco. Si no lo pillan, surgen dos vertientes. Por un lado un lucro personal y por otro un fraude a la colectividad.

La corrupción, como la palabrería, tiene grados, como también sus lados de luz y sombra. Teóricamente tanto da robar un euro como un millón. Es un robo.

Es muy propio de la naturaleza humana el deseo. El Sr. José Antonio Marina, en su libro "Las arquitecturas del deseo", lo define así: " ...La Cultura actual es de avidez e insatisfacción. Vivimos en la apetencia programada".

No obstante el matiz cambia según se esté en un lado o en otro. No es lo mismo pasar hambre que nadar en la abundancia.

El inconsciente parece dotarse de nuevas posibilidades cuando hemos traspasado la frontera entre esas dos realidades.

Con la espalda cubierta resulta fácil dar discursos de sobriedad, erigirse en salvador y concluir la plática emitiendo auténticas cartas de moralidad, de dudoso valor.

De igual manera se puede censurar la conducta ajena. Lo que conlleva a exaltar la propia honestidad y sobre todo, mantenerla.

Carl Gustav Jung (médico psiquiatra, psicólogo y ensayista), siempre defendió la influencia del entorno en nuestros comportamientos. Y la psicología conductista animaba a conducirnos por sendas apropiadas, acordes con nosotros mismos y por ende con la sociedad de la que se forma parte. Algo así como doblegar nuestra voluntad al mejor sentido. Serían como esos escollos que surgen a lo largo de la vida, sea esta cual fuere y que debemos sortear.

Las zonas de sombra aparecen cuando, olvidados de un pasado más o menos reciente, resulta que funcionamos con maquinaria óptima, sin reparar que ese propio mecanismo podría averiarse y trastocar nuestros planes. Todo tiene un anverso y un reverso, indefectiblemente.

Las arengas están muy bien, si estamos alineados con su contenido. Lo que no vale es que lo estemos solo de forma temporal, hoy "si", mañana "no" y pasado "ya veremos", como un fijo discontinuo en tanto en cuanto nos convenga. Y si nos han pillado en un renuncio, tampoco es de recibo descargar culpas sobre otros.

Hoy da la impresión de que funcionamos con un "material de derribo", faltos de autenticidad en la palabra, negacionistas de lo escrito y edificando una convivencia ficticia, alimentada por una endeble relación interpersonal.

Pareciera que todo va sobre ruedas mientras no surjan problemas. Y cuando estos se presentan somos unos diestros maestros que desplegamos toda una batería de excusas, seguido de la pertinente disposición para obviar todo aquello de lo que alardeábamos.

Los dados del juego tienen únicamente seis caras. Pretender la séptima incluso con un buen alegato, ni es posible ni tampoco de recibo.

Lo más sensato es plegarnos a la realidad, aceptar su evidencia y seguir marcha.

Sigo pensando que las reglas del juego, son las que son, las que nos hemos dado, personal y colectivamente, con las que debemos funcionar, sin entrar en discusiones banales, queriendo obtener la razón a toda costa con que satisfacer, una vez más, ese ego que, tarde o temprano, acabará tumbándonos.