Ayer hice una foto de esta plaza de Pontevedra donde se ubica la Iglesia de San Francisco. En los jardines de la zona, el Concello ha mandado hacer una composición vegetal con colores de la bandera del orgullo gay.

Pensaba yo en la importancia del respeto, tan vapuleado últimamente. Respeto a las diferencias sexuales, sí. Y respeto a otras muchas cuestiones: creencias religiosas, ideológicas, estéticas, a los animales, a la naturaleza€

Es el respeto clave en una sociedad cívica y educada, un pilar básico de la convivencia pacífica.

Los sanitarios, los docentes, las dependientas, los camareros... claman ante las faltas de respeto que sufren en su día a día. Todos podemos contar anécdotas que demuestran atropellos al prójimo por contravenir este principio fundamental.

Conozco varias historias de niños y adolescentes que se han tenido que cambiar de centro huyendo del acoso. Las noticias informan de cuando en vez de agresiones a gente de otra raza o de otra inclinación sexual minoritaria. Aumenta el abandono de animales cuando nos vamos de vacaciones. Los turistas que visitan el Jerte arrojan a las cunetas las latas de cerveza o Coca Cola por la ventana. Los mayores parece que nos estorban. Este no es país para viejos.

Pero tampoco para gordos:

-No te reconozco por lo que has engordado, con lo delgada que siempre fuiste- me espetó sin consideración una paisana nada más verme.

Ese fue su "gentil" saludo. Y yo, como una imbécil, me veo justificando los kilos demás con "es que tengo problemas de tiroides" en lugar de haberle correspondido con un:

--Yo, gordita. Usted, víbora, que no tiene remedio ni excusa.

Los mayores estorban. Los gordos estorban. Los feos estorban. Los enfermos estorban.

Que te den baja laboral y ya verás cómo todo son sospechas, así te avalen tres décadas de ejercicio profesional impecable. Ayer mismo fui víctima de dos agresiones por motivo del Covid, pues sabido es que en los malos tiempos todo empeora. Volvía de unos recados a casa por una calle sin gente y me quité la mascarilla un momento. Me tropiezo con una conocida que sin más ni más se señala la boca para recordarme que yo no la llevaba puesta:

--Tengo problemas respiratorios y me la quito cuando no hay gente- le informé.

-¡Ah!- fue su respuesta, con cara "culo", con perdón.

Luego, en la playa, me senté en una roca, a metro y medio de una pareja toda expandida con sus múltiples bártulos.

-¡Anda que no habrá playa! Hay que guardar dos metros de separación- me recriminó la miembro femenina mientras el marido se alejaba de mí como si estuviera apestada.

¡Vaya formas! Eso mismo dicho de otra manera... Me disculpé por no armar bronca, que no es mi estilo.

Este verano informé a los que esperaban en la cola de la carnicería para decirles que no me colaba, que entraba a recoger la compra ya hecha. Ni un gesto de consentimiento. Solo ocho ojos de miradas asesinas cayeron sobre mí.

En el trabajo no es anormal llegar y que haya compañeros que ni saluden así te haya atropellado un tren. Y eso que somos docentes.

En fin, ¡qué necesario es el respeto!

A falta de que impere una educación fundamentada en el respeto, mientras tanto, habría que penalizar a los irrespetuosos con alguna sanción, por hacernos la vida tan difícil.

Por suerte, otro gran porcentaje de la población sabe tratar.

Todo podría mejorar con un por favor y una sonrisa. Sin duda.