Mi amigo y vecino, el más viejo de la parroquia, nos dio ayer otra de sus magistrales conferencias. Y no fue por casualidad. No, que va. Venía el hombre de visitar a un amigo encamado y se negó a acompañarnos en el taceo, y eso que era la hora justa. Se pidió un ponche. La extrañeza fue mayúscula. Por no cambiar, dijo. La botella llevaba mediada más de un decenio, al lado de otra de pepermint; bebidas que tuvieron su auge. No quería mezclar, repitió.

Por ese motivo nos expuso sucintamente las distintas clases de borracheras; la de Hemingway: cuanto más se bebe, más sobrio se está. La de Mary Poppins: con efectos cariñosos, caritativos y felices. Quien no ha tenido un amigo de estos que, si le da por la llorera, ni te digo, y lloran con sentimiento y cantidad. La de Mr. Hyde: hostiles y violentos en su grado máximo. La del profesor loco: la de tímidos e introvertidos que pierden sus usuales inhibiciones. Luego hay otras subespecies que también hay que tener en cuenta. La del bromista, quien entre guiños y burlas trata de hacernos bromas, que al final resultan todas de muy mal gusto. La del arrastrado: hay que tenerlo sentado, a ser posible, o sujetarlo, pues se cae continuamente. La del analista, que de pronto todo lo entiende y razona. La Bella durmiente, al que le da por dormir. El omnipotente, al que le da por sentirse con superpoderes y es capaz de tratar de hacer un récord atlético en tal situación (se recomienda quitarle las llaves de coche o moto, o el manillar de la bici, si fuera el caso). El torpe, el que tira con todo, tanto por el suelo como por su propio cuerpo. La del baboso, que tiene un estomago milagroso y devuelve poco a poco y cuando uno menos se lo espera. La del voyeur, al que le da por acercase con picardías y medias tintas a toda clase de mujeres, casi siempre a las más guapas y formales con proposiciones más o menos sin sentido. Y no sigo, pero creo que aún dijo alguna más.

Al segundo ponche, adujo, no sé qué disculpa y se marchó, no sin antes pagar su ronda, dejándonos la apertura de una entretenida y alegre conversación dirigida y estructurada por el tabernero.

Al final, después de un entretenido y jocoso repaso a diversos individuos y vecinos, -así como situaciones; bodas, fiestas€-, de la parroquia, llegamos a descubrir y denunciar los distintos comportamientos y tipologías de todas estas clases de borrachera, lo que para algunos -y ante el asombro general- fue un auténtico y verdadero descubrimiento recordando tales situaciones. Incluso alguna que otra mujer, también salió a relucir.

Un auténtico estudio socio-psicológico, le dicen los entendidos. Obviamente, las resacas son iguales para todos, remachó el tabernero.