Es imposible entender el porqué de nuestra existencia. Un día aparecemos en el mundo sin haber sido invitados y empezamos a abrirnos paso a través de la vida a base de golpes, algún acierto y muchos tropiezos. Alcanzada la senilidad, si es que llegamos a ella, abandonamos este chiringuito con el mismo desconcierto que produjo nuestro nacimiento.

Durante el trascurso de la vida acumulamos en la maleta de ese viaje sin retorno, recuerdos, ilusiones, amores, odios, esperanzas y miles de cosas materiales, como si el ciclo no se cerrase nunca, sin percatarnos que todos tenemos fecha de caducidad.

Quizás el único sentido de la vida lo tenemos que buscar en la especie y no en el individuo. El individuo perece, pero su legado será aprovechado por futuras generaciones, que contribuirán con mayor o menor acierto a la mejora evolutiva de nuestra especie.