En esta conocida parábola del Evangelio, el Sembrador es Dios, el campo es el mundo y la semilla somos nosotros. El Sembrador es bueno y clemente, rico en misericordia, lento a la cólera, rico en piedad y leal. Anhela un mundo a su imagen y semejanza.

Sembrados en el mundo nos enfrentamos a la cizaña, que puede asfixiarnos en nuestra misión de hacer realidad el deseo de Dios. Cuando estamos siendo "enredados" por la cizaña experimentamos confusión, frustración, impaciencia, ira. Si nos descubrimos invadidos por la cizaña tenemos la esperanza de que en el pecado, Dios da lugar al arrepentimiento y el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. Basta detenernos y , conocedores de nuestra pequeñez y de que todos somos una mezcla de trigo y cizaña, pidamos a Dios la gracia de ser fecundos y digamos: "Dame Señor no lo que quiero, sino lo que necesito."

Pongámonos en sus manos, depositemos nuestra confianza en el Sembrador y llevemos a cabo la misión que Dios nos ha confiado a cada uno de nosotros, anteponiendo su amor a cualquier otra cosa, aunque experimentemos en ocasiones la fatiga de caminar contracorriente en una sociedad autosuficiente, que le ha dado la espalda a Dios y que señala con dedo inquisidor a sus discípulos. Seamos sus leales seguidores, una buena levadura que multiplique la bondad, la misericordia y la justicia.