Escribo desde una pequeña y hermosa aldea de Galicia, llamada Antas en A Lama. Soy sacerdote, hijo de la madre emigración y formador del Seminario Menor de Tui. Tras muchos días de confinamiento, muerte, dolor, crispación, dramas y mentiras... me duele España. No es que antes no me dolieran cada una de las muertes, tragedias personales, gritos en miles de hogares o el miedo de los sanitarios al volver a sus casas, me dolían y mucho. Pero el esperpento del pasado martes -sumisión a Bildu por un puñado de votos- en el Congreso de los Diputados y las cuatro subsiguientes explicaciones a tal desvarío, han hecho que además de dolor sienta vergüenza.

Lo que España era y lo que ahora es. Mis padres, abuelos y maestros me hablaron de ella, como un país donde imperaba el respeto, el esfuerzo, el trabajo, la credibilidad a la palabra dada... y ¿ahora? Humildemente creo que no nos merecemos esto. Mis seminaristas no se merecen el presente y futuro que estamos forjando. Tampoco sus padres, ni sus abuelos, ni mis vecinos. Ningún español lo merecemos. Nuestra vasta historia no hace otra cosa, más que arrancar espontáneamente un noble orgullo por ser español. En cambio en muy pocos años, hemos desmoronado y ultrajado el legado moral y social heredado.No han pasado ni cuarenta años y desgraciadamente qué ciertas las palabras de Alfonso Guerra. ¡España nadie te conoce! España merece algo mejor. Lo merece por que no podemos defraudar a nuestros predecesores. Lo merece por que nuestra historia, nos muestra que estamos llamados a cosas grandes, a volar alto. Como lo hace el águila imperial y no el ave de corral. Lo merece por que nuestros niños y jóvenes tienen que experimentar ese sano orgullo de sentir fuera de nuestras fronteras, la admiración que suscita el ser español. Mis padres, me recuerdan, que a ellos en México les decían, que ser españoles era un grado.

Gracias España. Te pido perdón. Y por favor, ayúdame más.