Este fin de semana tuvimos la oportunidad de suspender el arresto domiciliario al que estamos sometidos y salir una hora a estirar las piernas por las calles de nuestro municipio. Pudimos "disfrutar" de ver la calle de Príncipe abarrotada; de aglomeraciones en la Gran Vía y de tumultos de gente en las puertas de El Corte Inglés. De no ser por las temperaturas primaverales y la ausencia de luces, cualquier vigués diría que este fin de semana fue 24 de diciembre. Parejas caminando cogidas de la mano, grupos de quinceañeros haciéndose fotos en los parques y un extraño clima navideño que inundaba de una alarmante felicidad los callejones del centro de la ciudad.

Hemos comenzado la desescalada sin un mapa epidemiológico que permita conocer la actual situación de la población, sin haber sido sometidos a tests masivos (desoyendo nuevamente las directrices de la OMS) y con una estrategia de desescalada improvisada, que tan pronto permite abrir a los locales un tercio de su aforo como la mitad. Un plan que propone como unidad básica de medida la provincia, sin ningún tipo de justificación sanitaria y que nos condena irremediablemente a un nuevo confinamiento.

Los españoles hemos salido felices a las calles este fin de semana porque los españoles no hemos visto abarrotadas las UCI del país, no hemos visto la enorme morgue del Palacio de Hielo de Madrid, no hemos visto cómo rechazaban a nuestros ancianos en los hospitales ni cómo se les dejaba morir en soledad en las residencias. Los españoles hemos vivido una falsa realidad en la que el presidente del Gobierno no salía con corbata negra, en la que la ministra de Trabajo salía en televisión riéndose y donde el astronauta y el maño de las cejas pobladas protagonizaban un capítulo de barrio sésamo en prime time.

Hemos vivido una realidad maquillada en la que ha habido más de tres veces los muertos del 11-M cada día, una realidad que tenía la intención de hacernos vivir la llegada de una "nueva realidad" en la que podamos salir una hora de nuestra casa sin exigir responsabilidad, sin denunciar lo que ha ocurrido y pidiendo perdón por haber dudado del Gobierno. Una realidad en la que tenemos que ser felices. Una realidad en la que debemos dar gracias por pasar de una fase 0, que es la primera fase, a una fase 1, que es la segunda fase.

Mientras tanto, los datos siguen sin cuadrar. En Ceuta hay más recuperados totales (140) que infectados totales (101) y en el País Vasco los muertos y los recuperados suman más que los infectados.

Esa realidad maquillada ha hecho que las decenas de miles de fallecidos pasen casi inadvertidas para que ahora podamos aprovechar los primeros rayos de primavera, mientras las calles se inundan de una felicidad pasmosa que solo se entiende por no habernos enfrentado al duelo de nuestros muertos. Absolutamente todas las sociedades, desde las más avanzadas a las menos, guardan respeto por sus muertos y aquellas que pierden el respeto por los muertos, nunca tuvieron respeto por los vivos.