La sensación de vulnerabilidad que domina el mundo es alta estos días en que vigilamos temerosos lo que antes era una tos sin más o hacemos acopio de víveres por miedo a la inanición conscientes de que somos hoy menos fanfarrones que ayer y presentamos ya nuestro temor en sociedad. La valentía queda obsoleta frente al Covid-19 que silencioso pone encima de la mesa víctimas, rehenes y heridos después de ganar una batalla en una guerra que sin duda perderá, pero no sin antes haber atrincherado a toda la humanidad dejando tras de sí desolación, crisis económica y una profunda reflexión general de, ¿qué sería de nosotros, de los seres que más queremos, si este virus fuera más letal y obligara a movilizar a las diferentes iglesias en general? ¿Es quizá exagerada la reflexión? Más exagerado será quizá no tomar conciencia de que nos avisa el traidor que habrá otra vez y que sin las medidas que nos ofrece nuestra inteligencia y nuestra economía, desperdiciadas ahora en disputas económicas, ideológicas, quizás ya no haya más. Estamos ante una emergencia sanitaria que nos adelanta otra económica. Este confinamiento pondrá a prueba nuestra paciencia y también nuestra cartera, unas aguantarán el tirón y otras se vaciarán si es que algún día estuvieron llenas, pero confiemos en que la del Estado pueda repartir con equidad y rapidez algo más que promesas entre una ciudadanía que se enfrenta, desde la incertidumbre de no tener dinero ni trabajo, al temor a perder la salud o la vida. Aguantemos mientras podamos, después, también, no es un simulacro.