El existencialismo puso de relieve el concepto de contingencia en relación con la condición humana. Contingente es aquello que puede ser de otra manera a como de hecho es, incluida la posibilidad de no existir; lo contrario de "necesario", que es lo que no puede dejar de existir ni ser de un modo distinto a como es.

La consciencia de la contingencia supone para el ser humano asumir su condición indeterminada o abierta, a la vez que temporal y finita; pero también la incertidumbre ante un mundo o circunstancia que, como él, es contingente y, por tanto, cambiante e inseguro. Semejante percepción de la limitación e inestabilidad de la existencia produce una angustia que conduce a la mayoría a evadirse mediante todo tipo de recursos y subterfugios para ignorarla o negarla. El principal de ellos es sumirse en la masa y seguir la moda o "modus vivendi" común, despersonalizándose y dejando de pensar por sí mismo. Con ello perdemos autenticidad, pero ganamos aparente seguridad y control.

Sin embargo, las llamadas -por Jaspers- "situaciones límite" ponen a prueba nuestra capacidad de evasión y nos obligan a encarar la realidad de la contingencia, la finitud y la incertidumbre. A escala individual, estas situaciones se dan, por ejemplo, ante la pérdida de un ser querido; a nivel colectivo, durante una guerra o una catástrofe.

La actual pandemia, sin llegar a ser como la peste descrita por Camus en su obra homónima, constituye suficiente quiebra de la normalidad y de nuestra supuesta seguridad como para obligarnos a reconocer la contingencia y la incertidumbre que nos constituyen y rodean. Además de hallarnos así más cerca de la verdad, el lado positivo es que ser conscientes de nuestra condición nos lleva a ser más humanos, haciéndonos más solidarios con todos los que la comparten con nosotros más allá de las divisiones nacionales, étnicas o ideológicas.