El Gobierno quiere aprobar la eutanasia cuanto antes (incluso antes que los presupuestos), ya que es la forma más fácil de cuadrar las cuentas. Si cada vez hay menos nacimientos y mayor esperanza de vida, los trabajadores en activo no son suficientes para sostener la economía del país.

Gran parte del presupuesto de la Seguridad Social se emplea en cubrir la pensión de los jubilados, que cada vez viven más años y exigen subidas proporcionales al IPC. Además, son los que más gastan en atención médica y farmacéutica.

¿Cómo solucionar esto? El gobierno propone una ley que facilite acabar con las vidas improductivas: no solo de ancianos sino también de personas dependientes por enfermedad o discapacidad. Por supuesto, a petición propia.

Sin embargo, en los países donde se practica, cada vez es mayor el número de eutanasias que no se hacen a petición propia, sino a petición de la familia o incluso por decisión del personal hospitalario. Digamos que se pierde respeto a la vida: como en la guerra, como en el aborto.

La experiencia es que muchos enfermos y ancianos que piden la eutanasia dejan de hacerlo cuando llevan un tiempo ingresados en una Unidad de Cuidados Paliativos, donde se les trata el dolor y la depresión, además de proporcionarles la atención humana necesaria para vivir.

¿Qué pasaría si todos los médicos nos negásemos a practicarla?

Nadie ha estudiado Medicina para suprimir vidas humanas, sino para curar enfermedades. Nos han enseñado a eliminar la enfermedad, no al enfermo.

Es verdad que no siempre se puede curar, pero sí se puede mejorar y consolar. Si tuviésemos una buena red de Cuidados Paliativos no nos plantearíamos la eutanasia: esa forma fácil, barata e inhumana de cuadrar las cuentas. Es tan fácil quitar la vida que hasta los políticos pueden hacerlo a quien se lo pida.