El campo agrícola, en crisis, por las diferencias de los precios origen-destino.

Unas diferencias que dieron comienzo ya hace dos décadas -y no con la que nos han dado a conocer como la crisis de 2008-2018- y sí a efectos de producirse en enero de 2002 los cambios de moneda a favor del euro. En España, el cambio de peseta a euro trajo en sí el agravio legal y consentido de aumentar las desigualdades en el cómputo de la sociedad española.

Mientras los productores y benefactores de la materia prima tuvieron ocasión de originar ganancias, el cambio monetario tuvo repercusiones negativas entre los consumidores. Un producto costaba equis y en el cambio se sustentó un aumento cuando menos triplicado. Sobran ejemplos pero lo simplificamos con que una caña de cerveza costaba 80 pesetas y al día siguiente entre 200 y 300 pesetas (1,20-1,80 e), una entrada de cine entre 100 y 150 pesetas hasta llegar a mil pesetas (6 e), un menú entre 300 y 400 pesetas y alcanzar los 1.800 ó 3.000 pesetas (11-18 e) o un simple helado entre 70 y 85 pesetas y llegar a los 670 y 1.000 pesetas (4-6 e). Y los salarios no tuvieron tal auge permaneciendo indemnes.

Han pasado años y, sin embargo, la burra vuelve al trigo, y en esta globalidad económica europea dentro del euro observamos nuevas desigualdades e inciden en esas mismas diferencias, pues el euro nos ha seguido perjudicando más allá del redondeo al alza de los primeros meses de la moneda única.

Ejemplos de ahora, la patata, de origen 0,17 a 1,25 destino (635%); la cebolla, de 0,2 a 1,4 (628%); el ajo, de 0,82 a 5,36 (554%); la naranja, de 0,25 al 1,6 (532%); la manzana, de 0,35 al 2,05 (486%); el aceite, de 2,1 al 3,8 (81%); la ternera, de 3,95 al 15,84 (301%)?

Pero ahora el guion que nos lanzan conlleva un reclamo que tiene nuevas voces: "Tener materias primas de calidad es lo que nos permite ofrecer también un producto de alto valor añadido?", aduce desde Galicia, Roberto Alonso, gerente de Clusaga. Y "diferenciarse" es clave para la competencia en un mercado global.

¿Qué indica tal apuesta? ¿Disponer de redes entre empresas y proveedores para facilitar su traslado y venta en distintos ámbitos territoriales pero sin llevar importantes medidas financieras para impedir las diferencias existentes de precio origen-destino y que salga restaurado el poder adquisitivo del consumidor?

Peco de ser ingenuo pero en este caso me aferro al ingenio para sospechar cuando no predecir que los aumentos de los precios en el sector agrario no van a dejar de producir nuevas y graves desigualdades sociales como consecuencia de no vislumbrarse un reequilibrio en los análisis de márgenes de beneficios entre agricultores, fabricantes, supermercados y compradores, pese a que el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, descarte un alza del coste para el consumidor, pues personalmente considero que el eje de la política económica española se halla, entre aranceles y otras prebendas, fuera de la hegemonía nacional.