En la década de los años 20 del siglo pasado, cuyo centenario empezamos a rememorar, sucedieron muchos hechos que transformaron la sociedad y condicionaron el futuro, tanto en el aspecto histórico y político como económico y cultural. Pero también en el terreno científico y filosófico se produjeron cambios fundamentales. Concretamente en astronomía y cosmología hubo una auténtica revolución, que se asocia principalmente con el nombre de Edwin Hubble, quien utilizando el gran telescopio de Monte Wilson en California demostró en 1924 la existencia de galaxias exteriores y en 1929 el movimiento acelerado de las mismas, estableciendo la ley que lleva su nombre y que dice que la velocidad de desplazamiento de estas enormes formaciones estelares es directamente proporcional a su distancia, lo que implica que el universo en su conjunto se halla en un proceso de expansión cada vez mayor. La prensa de entonces denominó a este fenómeno "la fuga de las galaxias" y fue un auténtico bombazo informativo que contribuyó a liquidar la imagen de un cosmos estático y limitado a nuestra Vía Láctea que hasta entonces se había mantenido.

Incluso el propio Einstein tuvo que reconocer que se había equivocado al negar en sus cálculos el dinamismo cósmico. Pronto surgió una explicación para esa expansión que ahora se conoce como la teoría del "Big Bang" o gran explosión inicial de la materia concentrada en un punto singular de infinita densidad. Partió de un astrofísico belga que era a la vez sacerdote católico, Georges Lemaître (quien ya en 1927 había predicho la ley de Hubble), y aunque fue discutida una y otra vez, acabó por prevalecer tras múltiples comprobaciones experimentales, permaneciendo en lo esencial válida hasta nuestros días, en los que ya forma parte de nuestra cosmovisión al igual que las lejanas y numerosas galaxias cuya existencia se desconocía hace apenas un siglo.