Esta alegre fiesta, la de Todos los Santos, es un buen momento para hacer una reflexión sobre la santidad a la que todos estamos llamados, que contrasta con la truculencia de algunos sucedáneos, nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, una palabra que sufre en nuestros días una especie de descarte del vocabulario corriente, porque se ha perdido su significado. Santidad es vivir las circunstancias de cada día en presencia de Dios, alimentados por su Palabra y por los sacramentos, en la compañía de su Iglesia. Es lo que, en su exhortación apostólica "Alegraos y regocijaos", el Papa Francisco llamaba "la santidad de la puerta de al lado". En definitiva, como subraya el Papa, se trata de mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor.

La santidad no es el horizonte para una élite sino la vocación de todo bautizado, y en el fondo, la aspiración de todo corazón humano. Un camino que no se basa en nuestras fuerzas sino en la misericordia de Dios, que no se cansa de perdonar.