De mi época de estudiante recuerdo compartir habitación con un compañero al que por el menor motivo y causa injustificable solían descentrarle los zapatos colocados debajo de una silla en donde colgaba la ropa que descansaba en su respaldo recogida milimétricamente; a plomada. Yo siempre tropezaba con aquella dichosa silla. Los lunes, nada más llegar a la pensión tiraba la ropa en el armario y las mudas en un cajón, luego al volver veía cómo todo estaba bien ordenadito.

Aún hoy me acuerdo de él, cuando después de una movida noche, veo a la mañana sobre la mesilla de noche un calcetín o cada zapato a ambos lados de la cama y la ropa toda junto amontonada o en desbandada a ras de suelo.

Quien no ha visto la deplorable manía de que cuando ocurre algo, ya hay personas que quieren saber qué es. Otras hay, -sin ton ni son- que tienen que dar consejos sin que nadie se los haya pedido.

Otro lo hace con el apagado del butano cada vez que tiene que salir de casa. Un vecino lo hace cerrando el paso del agua al salir y luego abrirlo al entrar en el piso desde el cuarto de contadores. Todos los días del año. Otro cierra el coche dos veces.

Los actos que suelen resultar extraños al resto de personas y que les suelen provocar curiosidad, para mí son normales, como cuando veo a una persona adulta intentando no pisar las líneas de las aceras, o buscar un pedazo de madera o metal para tocarlo, o el levantarse de la mesa o sofá cada dos por tres, o ver leer un periódico por el final. Un amigo de partida tengo que siempre se toma su cafelito en cinco metódicos sorbos, pero antes pliega el papel del azucarillo tres veces depositándolo a un lado, disolviéndolo en la taza cinco veces en el sentido del reloj con la cucharilla para dejarla en el platillo boca abajo.

Pero, ¿por qué lo hacen? Simplemente por la tranquilidad que les proporciona y por la ansiedad que se quitan de encima.

No sabemos muy bien con cuántas personas que nos cruzamos a diario en la calle llevan a cuestas sus manías y estemos rodeados ya de auténticos maniáticos. No hay más que oír el lenguaje que empleamos; chiflados, majaretas, grillados, pirados, como unas cabras, como unos cencerros, imprudentes, insensatos, irreflexivos, temerarios, alocados ansiosos, apasionados, etc. (vernáculas; algo rariño, ten o seu aquel, é como Dios o dou, xa sabes cómo é, faltalle unha fervedura€).

Ayer he descubierto a un aritmonomaniaco; una manía relacionada con los números que suele manifestarse de muchas maneras, pero la de este es sumar los números de las matrículas de coches que acaben en cero o cinco. A veces veo que lo pasa mal y me llega a dar incluso algo de pena, pues parece que este día han salido solo los coches de matrícula impar. Pero no veas la felicidad que muestra su cara y la alegría de su andar cuando lleva tres o cuatro seguidas, de las suyas y de las buenas, vamos.

Como bien dice mi amigo y vecino de marras, para enloquecer hay que tener una muy grande acumulación de cordura.