Desde la añoranza de la persona amiga, dedico estas breves líneas al recientemente fallecido Emilio Moralejo, a quién una penosa y larga enfermedad acabó con su vida. Hombre amable y generoso, humano, de claras convicciones, riguroso en sus definiciones, de trato exquisito, capacitado en su profesión. Aunque naciera Zamora, tras recorrer varias ciudades españolas en razón de sus trabajos, fijó su residencia en Vigo, en unión de su familia, donde pasó la mayor parte de su vida por lo que se considera un vigués más. Dotado de amplios conocimientos técnicos y de todo tipo en el sector eléctrico, en el que se hallaba titulado, desarrolló su vida profesional desempeñando puestos directivos en empresas varias de ámbito nacional así como emprendiendo Proyectos propios.

Pero, sobre todo, en lo que realmente destaca de su personalidad es su trato afable y humano, su fibra y dimensión humanas que pone de manifiesto en sus relaciones sociales. Para él no había distinción en el trato de las personas que amablemente dispensaba a todos por igual. Gustaba de cultivar la amistad, a la que concedía la más alta estimación, practicando habitualmente la alteridad que le llevaba a convocar a sus amigos y allegados a tertulias, encuentros, reuniones, visitas? Amenizaba las tertulias con sus intervenciones a veces no exentas de fina ironía en respuestas a afirmaciones no afortunadas de algún interlocutor sin que abrigara propósito alguno de molestarlo. Tales virtudes, así como, los merecimientos contraidos a lo largo de su vida, se han puesto de manifiesto en la multitud de asistentes a los oficios religiosos celebrados el pasado viernes en el templo de María Auxiliadora, que se vio rebosado en su capacidad.

El grato recuerdo de Emilio perdurará para siempre entre nosotros.