"Las Trece Rosas torturaban, asesinaban y violaban en las checas de Madrid" (Ortega Smith, diputado y secretario general de Vox).

Este político, un cruzado de yugo y flechas, así se expresó sin sonrojo alguno. Como abogado en ejercicio sabrá que estaba imputando la comisión de ilícitos penales a unas jóvenes, que fueron fusiladas un 5 de agosto de 1936, en ejecución de sentencia de procedimiento sumarísimo de urgencia en Consejo de Guerra Permanente, Núm. 9, para ver y fallar la causa 30.426. Desconozco si habrá leído su contenido. Si ello fuera así, ¿de dónde urde las imputaciones de las que afirma? No hay párrafo alguno en el sumario de que las acusadas, la mayoría de ellas menores de edad, hubieran cometido tales execrables delitos.

Su culpa fue su afiliación a las Juventudes Socialistas Unificadas. Afiliación objeto de persecución por el régimen surgido tras la Guerra Civil. Su tarea se limitaba a dar auxilio a aquellas personas represaliadas por los militares y paramilitares franquistas. No intervinieron en ninguno de los hechos denunciados por este deslenguado rábula. Carlos Fonseca hizo una minuciosa labor documental y testifical de aquel proceso penal ("Trece rosas rojas", Temas de hoy, 2004). Aporta fotocopias del sumario, como aporta, también, que, por el contrario, algunas fueron víctimas de la tortura. Del citado sumario se desprende que la comisión del ilícito penal cometido fue el de "adhesión a la rebelión". Quienes se habían rebelado en contra del régimen establecido constitucionalmente acusaban del mismo delito a quienes lo defendieron. "La justicia al revés", en palabras del mismísimo Serrano Suñer.

Lo que ha afirmado el señor Ortega Smith deberá probarlo. La carga de la prueba corresponde a quien acusa. Él ha acusado. De no aportar prueba alguna incurre, calumniandi animo, en la supuesta comisión de un hecho delictivo tipificado en nuestro Código Penal, a tenor de su artículo 205: "imputar a otra persona la comisión de un hecho delictivo con conocimiento de su falsedad o temerario desprecio a la verdad". Lo ha hecho a sabiendas de mancillar el recuerdo de unas mujeres que no casaban otrora con el ideal de la mujer franquista, ora del antifeminismo denodado actual de su partido Y, también, denostar, una vez más, una ley aprobada mayoritariamente por el Congreso, la de la Memoria Histórica. Debátala en el Parlamento si así lo desea, pero no insulte a quienes lucharon por sus ideales con su vida, y a muchos de sus deudos que aún no pueden dar cristiana sepultura a sus seres queridos. "A los muertos se les debe respeto, a los vivos nada más que la verdad" (Voltaire).

Este procaz político sustituye la verdad por la calumnia. Decía Sócrates que "cuando el debate se ha perdido, la calumnia es la herramienta del perdedor". Y este perdedor ha demostrado ser más franquista que aquellos tribunales militares franquistas represores.