Cuando el verano va descendiendo por los últimos peldaños, el tiempo y el equinoccio otoñal nos aproxima a una luz más tenue, y el aire ya adelgazó su grácil figura, apareciendo los sentimientos nostálgicos y melancólicos, al recordar el bullicio estival y los cegadores destellos solares. Los biorritmos del cuerpo humano, en definitiva, se alteran.

Las playas nos evocan ahora a través de su desértica silueta, el recuerdo de todo el clamor ambiental reciente, mientras las mareas nos invitan a leer sobre la página en blanco de la espuma de sus olas, todo el recorrido vital de los cegadores destellos de tantos soles reflejados en las velas huidizas hacia el neblinoso horizonte del otoño.

Si levantamos la vista al cielo, vemos a los pájaros que corretean y vuelan en bandadas, en formación disciplinada formando escuadrillas, advirtiéndonos que ya están tramitando el pasaporte, para el cambio residencial, huyendo del invierno, hacia otros países y lugares de clima más favorable. Es decir, la repetición anual, de la migración de las aves.

Sin ningún género de duda, en el campo gallego, el ritual más sobresaliente lo ocupa la vendimia, que durante este mes arranca con los primeros tijeretazos al tallo del raspón, para así poder retirar los vendimiadores y obtener los preciados racimos, depositándolos amorosamente en los tradicionales capazos.

Esas uvas y racimos que, ya no permanecerán entre los parrales, con su peculiar presencia de luminoso nácar, y que también servirán para recibir con promesa de felicidad, a un nuevo año.

Todo el campo respira el aroma sagrado y hasta sacramental de un nuevo vino que nos pueda proporcionar las alegrías y el buen tono tono del amor y reconfortante amistad.

Los árboles y los bosques están destinados para el otoño, pues en este tiempo, en vez de producirse el ocaso o declive forestal, sucede justamente lo contrario. Es cuando ocurre el milagro de una espléndida eclosión de colores.

Desde la magia de la paleta más intensa y cromatismo diverso, llegan las tonalidades más sorprendentes, ante las que aprenderemos todos a valorar la gran riqueza y belleza que nos ofrecerá siempre la madre naturaleza, por cierto, tan mal tratada.

Recordamos con deleitosa admiración, entre los espacios boscosos más admirables en esta época, la Selva de lrati (Navarra ), una ruta hayedo-abetal de 17.000 hectáreas, que ya Hemingway advertía: "siempre que me acuerdo de lrati, se me ponen los pelos de punta".

Aquí en este bosque, siempre hemos encontrado el mejor argumento para ser felices, entre el rutilante silencio de tanta belleza natural.

Fue el gran compositor musical Wagner, el que expresó su admiración por el silencio, remarcando que "la grandeza de un poeta se mide sobre todo, por aquello que silencia, y la forma inaudible de ese silencio".

Si somos capaces de escuchar el silencio de la naturaleza y el gran misterio de su belleza otoñal, seremos más humanos y más sabios.

Septiembre, siempre será un mes para la reflexión profunda y para los recuerdos, pues éstos representan, como dijo alguien, el perfume del alma, el perfume del otoño .